domingo, 14 de febrero de 2016

Alas maduras.





La calurosa noche, hacía que el sudor impregnara su piel y le arañara el alma, dejando desgarrado el corazón de una mujer perdida y sin rumbo, así se sentía Alicia aquella noche de mayo.

Miraba la calle sin verla, con la mirada perdida intentaba recordar en qué momento abandonó sus sueños, y sus ilusiones se vieron relegadas a un segundo, o tercer plano.

¿Quizás cuando se casó y empezó a compartir su vida con él?, ¿o fue más adelante cuando tuvo su primer hijo y empezó a ser la madre de…..? Siempre pendiente de sus avances, sus necesidades, sus llantos, sus enfermedades, después la guardería, el colegio…..

Su vida se vio reducida de un día para otro, a pañales, conversaciones con otras madres, visitas al pediatra y a una vida de pareja abandonada en un rincón entre toma y toma, entre la salida de los dientes y la subida de la fiebre.

Empezó a recuperar parte de su independencia cuando su hijo comenzó con dos años a asistir a la guardería.

Volvió a relacionarse, a tener vida social, y su vida con él transcurría apaciblemente, habían vuelto a reencontrarse como pareja, como entes independientes que se buscaban en las noches eternas y en las breves siestas para disfrutar de su sexualidad, sin acordarse de las responsabilidades, solo atentos a disfrutar de su amor y pasión. 

Una noche de esas en las que se buscaban ansiosos de amor y deseo concibieron a su pequeña, una niñita rubia y angelical, que nació deprisa y con ganas de gritarle al mundo que ya había llegado.

Y volvieron los pañales, las noches sin dormir, las alegrías, los llantos, esta vez de una forma mucho más sosegada, y tranquila, pero poniendo nuevamente su vida patas arriba, volviendo a resquebrajar su alma y dividiéndola de nuevo ahora entre sus tres amores, su marido, su hijo y su hija.

Y ella ¿dónde se había quedado ella? ¿En qué parte del camino se perdió?

Fue consciente por aquel entonces de que necesitaba su espacio, algo que chocaba de frente con su educación, con el ejemplo que había tenido en su niñez, siempre arropada por una madre omnipresente, una madre que parecía desdoblarse para estar siempre en todo y con todos, la madre atenta, abnegada, la antítesis del egoísmo.

Sabía que necesitaba su espacio, su tiempo para sentirse bien, realizada como persona como mujer, y dejar de ser madre y esposa para centrarse en su individualidad como ser humano, con deseos, con carencias, con ilusiones con alas para volar y sentirse bien consigo misma sin pensar en nada ni en nadie, solo en su bienestar personal.

Sin embargo el sólo hecho de pensar en su espacio vital, en alejarse de todo y de todos aunque fuera solo unos días, hacía que su yo interior se volviera loco y la incertidumbre se mezclara con sus remordimientos por considerar que sus pensamientos, lícitos y humanos eran en cierto modo egoístas y anti natura, una madre debería ser feliz, solo con ver a sus hijos sanos y felices, ¿por qué le pasaba a ella eso? ¿Por qué se sentía mal por pensar en ella, en ser feliz, libre sin pensar en nada más? 

Si el hacer siempre lo correcto, la asfixiaba hasta del extremo de estar viviendo una vida que no consideraba como suya, ¿por qué no hacía algo para evitarlo?

Hacía tiempo que su alma lloraba en silencio, conocedora de haber perdido mucho tiempo en ser alguien que no la hacía plenamente feliz. Sólo debía querer cambiar, hacerlo, dar un paso adelante aunque eso significase dejar cosas en el camino, todo lo que el algún momento había supuesto una mochila que no la dejaba avanzar con determinación y valentía.

Tomó la decisión de no dejar nada más para mañana, hoy empezaría el principio de su nueva vida. De todas formas, se dio cuenta que nada de lo que hiciese o dijese dejaba contentos a todos, pero por lo menos si ella era feliz, alguien lo sería. 

Estaba decidido, no había sido una buena madre, ni una buena hija y mucho menos una buena esposa, el silencio se había vuelto a instalar en su relación de pareja y lo cierto es que creía que venía para quedarse, y lo más triste de todo es que notaba que él se estaba acostumbrando, y a ella cada vez le importaba menos. Nunca estaba a la altura, él se empeñaba en recordarle que estaba mayor, en lo mucho que había cambiado, que donde estaba la chica de la que se enamoró, en su falta de apetito sexual, por supuesto todo por culpa de su poca actitud, era ella la que había fallado, la que se había rendido.

Y ella agotada de intentar explicarle como se sentía, había optado por callar y llorar cuando él no la viese, porque hasta eso le molestaba. No entendía como alguien que había sido su otro yo, podía estar sentado a su lado y no reconocerlo.

No sabía en qué momento del camino recorrido había empezado a perderlo, pero lo más triste es que ya no le importaba, se había instalado en su corazón un vacío absoluto, estaba harta de reproches de no poder ser como quería ser.

Su fracaso la hacía ahogarse lentamente en un matrimonio estancado y sin esperanza, sentía que en los ojos en los que antes se veía reflejada no quedaba nada, sólo cariño por los años que habían recorrido juntos.

¿Pero qué hacer?, no podía volver a casa de sus padres, ellos no hubieran puesto objeciones pero no estaba dispuesta a perder de nuevo su libertad, sería empezar de nuevo, no podría volver a tener que dar explicaciones a sentirse como una adolescente casi y no solo eso. ¿Y sus hijos? Estaba segura que no le perdonarían que se separara de su padre, era un buen hombre, aunque algunas veces no lo comprendiesen del todo.

Tenía que luchar, no podía rendirse, ¿pero por qué notaba que le faltaban las fuerzas?, ¿que no tenía ganas de seguir?

El cansancio la embargaba, se sentía perdida, sin rumbo. Lo que daría por perderse en un bosque, sentarse al pie de un árbol y dormirse sin pensar en nada ni en nadie, abandonarse a las fuerzas de la naturaleza y sentir como renacía una nueva persona dispuesta a comerse el mundo, una mujer con la esencia que había perdido. Un renacer lleno de luz y de esperanzas renovadas un amanecer en que se pudiera expresar con libertad, sin condicionamientos sociales ni morales.

Empezaría un viaje sin retorno, se montaría en un avión con un rumbo lejano y empezaría de cero, seguro que podría hacerlo, sus alas volverían a crecer y volaría sin un rumbo fijo hacia un horizonte feliz y sin nubes, hacia su yo interior que perdió hacia tanto tiempo, sin ataduras, sin miedos, sin equipaje, sin prejuicios y sin esperar nada solo disfrutar de lo que la vida le fuera deparando.