lunes, 28 de marzo de 2016

El espejo de Isolda

Apagaron las luces y cerraron la tienda, Marian y Luna reflejaban en su rostro la felicidad que las embargaba, hoy hacía justo un año que decidieron embarcarse en este negocio que les había dado tantas satisfacciones durante este tiempo. Habían conseguido crear una boutique y tienda de decoración vintage con un estilo propio y muy bien definido, desde que abrieron "Isolda", la suerte las acompañaba, trabajaban mucho, pero todo ese esfuerzo se veía recompensado día a día con la fidelización de los antiguos clientes y el crecimiento del número de nuevos.
La tienda desprendía un aura especial, estaba ubicada en un barrio antiguo de la ciudad donde vivían, era un edificio de dos plantas y sótano, con una fantástica fachada de piedra vista y con unos grandes ventanales, que permitían ver la bulliciosa calle y dejaba pasar la luz durante todo el día.
Con mucho esfuerzo y dedicación se habían convertido en referente de muchos clientes que acudían con frecuencia para asesorarse a la hora de celebrar una fiesta , tanto de la ropa adecuada para la anfitriona así como la cubertería, vajilla, candelabros y demás artículos de decoración, que hacían de sus eventos unos de los más nombrados de la comarca.
Salieron al frío parque y se dirigieron a un local muy animado llamado La Tabla Redonda donde servían unas de las mejores carnes de la zona regada con un vino tinto impresionante.
Cuando llegaron el camarero las acompañó a su mesa, al lado de la ventana, les entregó la carta y se marchó a por el vino que le habían pedido.
Se dedicaron a examinar la carta y a disfrutar del calor que emanaba el local, la luminosidad y el ambiente sumamente agradable.
Mientras esperaban la llegada del primer plato, Marian y Luna no pararon de hablar, el entusiasmo que ambas ponían en su negocio se transmitía al resto de su jornada, siempre tenían ideas nuevas que compartir, y sentimientos que contar, además de socias eran amigas, amigas desde siempre.
Marian se había casado hacía un año con Hugo, su novio desde que iban al instituto, un chico sencillo y encantador que trabajaba en la fábrica maderera de su padre, y que con el tiempo heredaría.
Por su parte Luna, no había encontrado al compañero con quien quisiera compartir su vida de  manera incondicional. Disfrutaba de sus amigos, de su familia y sobre todo de su independencia y libertad para hacer en cada momento lo que le apetecía. Huía de compromisos que la atasen y mermaran sus ansias de superarse y ser libre.
Había flirteado con algún compañero del instituto, pero ninguno consiguió cambiarle su forma de ver la vida, quería un hombre que la amase, un amante que la hiciera perder el juicio y un amigo que la apoyase siempre, algo casi imposible de encontrar como le decía entre risas y confidencias su amiga Marian.
Mientras disfrutaban de un café después de la comida, decidieron que debían ir a una feria artesanal y de antigüedades que se celebraría el próximo fin de semana en la localidad de Puente Viesgo, era una actividad que se había puesto de moda en los últimos años, y lo cierto es que se podían encontrar algunas piezas maravillosas entre los objetos que la gente de las grandes casucas cántabras ponían a la venta, desde unos maravillosos sombreros de los años veinte hasta estolas de piel, guantes, alguna que otra joya de bisutería, libros, vajillas, un sinfín de posibilidades para su próspero negocio.
Volvieron a la tienda y la tarde pasó rápida con el bullicio de todos los días y con la extraña visita de una señora mayor que les llamó la atención, era esbelta y poseía una elegancia innata, el cabello blanco cortado en una melena ofrecía a su cara una serenidad y belleza clásica e intemporal en el que destacaban unos enormes y limpios ojos grises. Buscaba algo especial para regalar a su nieta que se casaba en breve,  pero después de enseñarle varias opciones no se decidió por ninguna y quedó en volver en breve para ver si habían recibido nuevas piezas.
El resto de la semana transcurrió sin novedad y el domingo, a las nueve de la mañana Luna esperaba a Marian en la cafetería La gran Casuca para después de desayunar marchar hasta Puente Viesgo, saboreaba su café distraídamente cuando notó que alguien la observaba, levantó la mirada y unos grandes ojos grises que les resultaban familiares la miraban con curiosidad mientras se escondían tras un periódico, pertenecían a un hombre joven, moreno, atlético y que pretendía concentrarse en la lectura que tenía delante sin conseguirlo. El cruce de  miradas se vio cortado por la llegada de Marian que presurosa la besó en la mejilla y pidió un café mientras se disculpaba por la tardanza, Hugo se negaba a dejarla salir de la cama y entre risas y bromas se le había hecho tarde.
Terminaron de desayunar y al salir descubrió con decepción que el extraño que la observaba ya no estaba en su mesa. Se dirigieron a los puestos de artesanía y cosas antiguas, se pasaron toda la mañana comprando algunos objetos que serían buenos para la tienda y que se venderían pronto, y cuando estaban planeando irse a casa en un pequeño puesto Luna vio un pequeño espejo de tocador labrado con dos pequeños cajones que llamó su atención, cuando se dirigió a la dueña para negociar el precio descubrió con sorpresa que era la misma mujer que días antes había entrado en su tienda buscando un regalo para su nieta. Se saludaron cordialmente y  después de acordar el precio, Alfonsa que es como se llamaba la señora del pelo blanco le envolvió el espejo y se lo dio comentándole que el espejo tenía una historia detrás y que seguro que le traería suerte, como a su abuela, la antigua propietaria del mismo.
Algo intrigada e ilusionada Luna lo guardó con esmero en el maletero del coche y durante el trayecto de vuelta, le dijo a Marian lo que le había contado la anciana y que le gustaría quedarse con el espejo si ella estaba de acuerdo.
Marian no puso ninguna objeción y se rio de su amiga y de su manera de encontrar algo prodigioso en cualquier objeto.
Se despidieron en la entrada del piso de Luna y quedaron en verse el lunes en la tienda.
Luna decidió tomarse el resto de la jornada con tranquilidad, prepararía la comida y dedicaría la tarde a leer y oír música, necesitaba desconectar y relajarse. Después de  comer se sentó en el sofá y se tomó un té de canela y cardamomo uno de sus preferidos, y sin darse cuenta notó como un sopor la inundaba y cerraba sus ojos llevándola en volandas a brazos de Morfeo.
Un ruido en los cristales la despertó sobresaltada, cuando miró el reloj pudo ver que se había quedado dormida más de dos horas, el viento había arreciado y una de las ramas del árbol del jardín golpeaba insistentemente la cristalera del salón. Recordó que debía haberlo podado y que cuando pasase la tormenta buscaría a alguien para que lo hiciera.
Se levantó un poco aturdida y se dirigió al coche a recoger el espejo que había comprado, quería verlo detenidamente, recrearse en sus labrados, admirar el primor con el que había sido tallado e intentar reconocer a través del objeto el alma del artista que lo había creado. Esa era una de sus pasiones, intentar descubrir al maestro artesano y descubrir la esencia del objeto en sí a través de las hábiles manos del creador.
Admiró el trabajo bien hecho, era un pequeño espejo de tocador que se bamboleaba sobre dos soportes y en cuya base habían situado dos pequeños cajones que servían de joyeros, incluso tenían una pequeñas cerraduras con una llave que se escondía en uno de ellos. Al coger la llave, casi una miniatura notó que pesaba demasiado, pero no le dio mayor importancia.
Lo dejó en su dormitorio y se dispuso a tomar una ducha relajante que la preparase para descansar durante toda la noche.
Salió de la ducha envuelta en una toalla, oyó un ruido extraño y cuando entró al salón, alguien con un pasamontañas la empujó tirándola al suelo y escapando a toda velocidad con el espejo.
Cuando se hubo recuperado del susto llamó a la policía y también a Marian. Cuando esta llegó, la policía ya se había marchado, la interrogaron sobre el valor del espejo y sobre si sospechaba quien podría haberlo robado.
Marian se ofreció a quedarse con ella esa noche y así a la mañana siguiente podrían ir juntas a trabajar, especularon un rato sobre el porqué del robo y al final ambas se quedaron dormidas de madrugada en el sofá.
Cuando Luna se despertó con el cuerpo dolorido del golpe que le había dado el ladrón, Marian ya se movía en la cocina como pez en el agua, olía a café y se hallaba atareada preparando unas tostadas.
La saludó, fue al baño y salió duchada y vestida. Se sentó con su amiga y tras desayunar se marcharon a trabajar como cada día.
Durante la jornada no pasó nada reseñable pero al finalizar la tarde, Alfonsa con una gravedad en el rostro desconocida para ellas apareció en la tienda y se interesó por el espejo, preguntó nerviosa si ya lo habían vendido y cuando Luna la puso al día de lo que había sucedido, se puso pálida como el papel y por un momento pareció que iba a perder el equilibrio, pero en un instante se repuso, les reiteró lo mucho que lo sentía y salió de la tienda.
Luna dejó a Marian sola y salió presurosa a la calle, al salir pudo ver como el hombre que había visto en el café el día del mercadillo, el de los profundos ojos grises, la ayudaba a meterse en el coche y se marchaban.
Decidió que esa semana sin falta iría a ver a Alfonsa e intentaría sonsacarle que es lo que sospechaba de lo que había pasado en su casa.
Cuando aquella tarde preparó su famosa tarta de manzana para llevárselo a Alfonsa no podía imaginar lo que se encontraría al llegar a la gran casuca.
Tocó al timbre y nadie le abrió, entonces cuando se disponía a marcharse oyó unas voces y vio que la puerta se encontraba abierta.
Entró y en el salón se encontró a la anciana que intentaba zafarse de una mujer de unos setenta años y con la mirada vidriosa que le reprochaba que hubiera vendido el espejo.
¿Qué está pasando Alfonsa, necesita ayuda?
En ese momento la desconocida se giró y cuando intentó abalanzarse contra ella, el joven de ojos grises la sujetó por las muñecas, la abrazó fuerte y mientras le susurraba algo al oído consiguió calmarla. Cuando lo hubo conseguido la sacó del salón y subió con ella a la planta de arriba.
Alfonsa más tranquila, le invitó a sentarse y le explicó la escena que acababa de presenciar.
Luisa era su hija, había perdido la razón hacía muchos años, cuando sus hijos aún eran pequeños, Mario tenía dos años, era el joven de ojos grises que había visto, y Leticia cuatro, al morir su marido en un accidente de tráfico y descubrirse que no iba solo sino con su amante, ella había entrado en una espiral sin retorno en la que su mente se había perdido para no volver. Estaba medicada y diagnosticada, pero de vez en cuando sufría algún brote puntual, y eso es lo que había ocurrido. Desde la ventana pudo ver como Alfonsa le vendía el espejo a Luna, un espejo que había pertenecido a la bisabuela de Luisa y que creían que no recordaba, pero que cuando lo vio despertó en ella una inquietud rara que hizo que Mario en vez de pedírselo a Luna y explicarle lo que sucedía decidiera colarse en su casa y robarlo para intentar serenar a su madre.
Ese era todo el misterio y sólo le pedía que no denunciara a su nieto, era un buen chico y no había pretendido hacerle daño ni asustarla, solo consolar la pena de su progenitora.
Estaba acabando de conversar con Alfonsa cuando Mario entró de nuevo en el salón.
Lo siento Luna, espero que pueda perdonar mi torpeza y le digo que estoy dispuesto a asumir mi culpa si sigue adelante con la denuncia, fue un error terrible entrar en su casa para robar el dichoso espejo.

No se preocupe Mario, su abuela ya me ha puesto al día de todo lo sucedido y retiraré la denuncia si me invita alguna noche a cenar para hacerse perdonar, ¿qué le parece? Mario la miró con sus profundos ojos grises y en ese instante supo que sería la primera de muchas veladas compartidas, sonriéndole solo pudo contestarle con un tímido sí.




viernes, 11 de marzo de 2016

La caja

Como muchos domingos Mara se levantó temprano, se acercó a la ventana y contempló el cielo espléndido que se abría a esa hora, si nada lo estropeaba iba a ser un día luminoso y perfecto para disfrutar con Lucas. Miró hacia la cama y lo observó profundamente dormido, el cansancio de la dura semana de trabajo le había pasado factura y arrebujado entre las sábanas dormía plácidamente.
Bajó a la cocina, preparó café y tostadas y cuando estaba pensando en subírselas al dormitorio, notó como unos brazos le rodeaban la cintura y una boca le besaba el cuello, sonrió y miró a Lucas que le decía:  Buenos días. ¿Qué planes tienes para hoy rubia?
Mara se giró y lo besó en los labios, bueno pues después de desayunar había pensado  que podríamos acercarnos al mercadillo a dar una vuelta ¿qué te parece?
 Genial y también podríamos ir a dar una vuelta por el Albayzin, perdernos entre sus callejas, tomarnos unas cervezas y comer fuera. El día promete y quizás si terminamos pronto podríamos volver a casa y echarnos una pequeña siesta, la miró maliciosamente y ella se abrazó a él y lo volvió besar. Me lo pensaré le dijo.
Llegaron sobre las once de la mañana y empezaron a pasear entre el bullicio de la gente, parándose en algún puesto de libros, de monedas y billetes, hasta que llegaron a un puesto regentado por un señor mayor inglés, tenía abanicos antiguos, relojes, cámaras de fotos, de primeros del siglo XX y a Mara le llamó la atención una pequeña cajita de alpaca ovalada que tenía en su tapa la foto de un edificio precioso escondido entre frondosos árboles en blanco y negro, Lucas se empeñó en comprársela y después de regatear el precio se marcharon con la caja y se perdieron por las calles empedradas del Albayzin de la mano disfrutando de las vistas.
En el mirador de San Nicolás se sentaron al sol y se dejaron llevar por la belleza de la Alhambra y los sonidos diversos de los curiosos y turistas que se agolpaban para disfrutar del inigualable paisaje.
Tomaron unas cañas y se dispusieron a acercarse a Plaza Larga a tomar un café, en ese momento se les acercó una gitana con unas ramas de romero y les dijo: Rubia hoy te han hecho un regalo que pronto te traerá sorpresas y no todas buenas.
Se marcharon de allí algo sorprendidos, sin hacer caso a las predicciones de la gitana que les pedía dinero por la información y que acabó maldiciéndolos porque no se lo dieron.
Se subieron al coche y volvieron a casa, después de una corta siesta, Mara se levantó con un terrible dolor de cabeza y Lucas con malhumor.
Decidieron ver una película y se acostaron pronto, al día siguiente había que madrugar y además Mara sentía que el día había sido agotador.
Cuando despertó, Lucas ya no estaba a su lado, recordó que la noche se plagó de pesadillas y no consiguió dormir bien, algo la molestaba pero no lograba recordar que.
Se levantó, preparó un café y como acto reflejo buscó la cajita en su bolso, allí en el fondo de una bolsita la encontró envuelta en papel de periódico de un periódico viejo que el vendedor había usado para guardarla, cuando la desenvolvió se quedó petrificada, en la hoja de un periódico que databa del 19 de febrero de mil novecientos setenta y tres, aparecía la fachada de su casa y un titular, “macabro hallazgo de una mujer asesinada salvajemente, se siguen sin pistas del asesino, aunque algunos vecinos oyeron ruidos la noche de los hechos nadie vio nada”.
La policía encontró al lado del cadáver un extraño mensaje guardado en una caja. Aurora que era como se llamaba la difunta estaba soltera y vivía sola, tenía treinta años y era profesora del colegio Santa Eulalia.
Un estremecimiento recorrió su espina dorsal, Mara no podía creer lo que estaba leyendo, Aurora era su tía, hermana de su madre y si bien ella le dijo que había muerto, jamás le contó nada a cerca de un asesinato en extrañas circunstancias y menos que se hubiera producido en su casa, todo resultaba tan extraño que decidió llamar a Lucas para contárselo, el teléfono sonó varias veces hasta que saltó en buzón de voz, decidió dejarle un mensaje para que la llamase.
Después de colgar, se dispuso a salir en busca de su madre, hacía años que estaba en una residencia por su problema de demencia senil, pero quiso probar suerte y preguntarle sobre el asunto de su tía, después de todo no le quedaba nadie más, su padre había muerto hacía un año y sus hermanas más pequeñas que ella no recordarían nada.
Entró por la puerta de la Residencia donde vivía su madre y pronto la vio sentada en el jardín con su vestido preferido de flores azules y un libro en la mano.
Antes de que pudiera llegar a ella, una de las enfermeras, Lucía, se le acercó y después de saludarla la puso al día de cómo se encontraba su madre y del avance lento pero inexorable de la enfermedad, llevaba unos días muy intranquila y lo mismo reconocía al personal, que llamaba a voces a su madre o relataba poemas de amor a quien quisiera escucharla.
Hola mamá, ¿cómo te encuentras? Te veo muy guapa.
Azucena se quedó mirando a su hija y emitiendo una leve sonrisa le dijo:
Hola cariño como estás, y ¿mamá porque no ha venido?
Soy Mara mamá, tu hija ¿no me reconoces? Que dices Aurora si yo no tengo hijos y tú tampoco deberías haberlos tenido, solo traen problemas.
¿Mis hijos, de qué hijos hablas?
Aurora, ¿crees que no sé qué el teniente Gutiérrez te dejó embarazada?
Lo que no sé es como papá no lo mató, aunque claro en esa época pero lo que fue una pena es que te la quitaran de esa manera, justo cuando diste a luz, jamás pensé que te recuperarías pero seguro que con la familia que esté estará bien.
Además Enrique es un buen hombre y no sospecha nada, te quiere y serás feliz aunque tú no lo ames, eso es lo de menos.
Bueno Aurora tengo que dejarte voy a seguir leyendo mi libro que es muy interesante, otro día nos vemos ¿de acuerdo?
Mara salió meditando todo lo que le había dicho su madre y hasta qué punto debería darle credibilidad, al fin y al cabo la mente de su madre hacía mucho que se había perdido en un laberinto del que muy pocas veces salía.
Se dispuso a investigar por su cuenta, miraría en las hemerotecas lo que se escribió sobre el horrible suceso y si más adelante encontraron al asesino de su tía.
Cuando se disponía a entrar en la biblioteca municipal sonó su móvil, era Lucas, le explicó muy brevemente que no iría a comer y que tenía que comentarle una cosa que había descubierto y la tenía preocupada.

Aquella noche mientras informaba a su marido de su siniestro descubrimiento, tomaron una copa de vino y le comunicó lo que había encontrado en los periódicos de la época, encontraron a su tía muerta en un charco de sangre, con un fuerte golpe en la cabeza producido por el impacto de un candelabro que encontraron a su lado, investigaron durante meses e incluso hubo un sospechoso, un pretendiente de Aurora llamado Enrique con el que estuvo a punto de casarse pero que al final la relación no llegó a buen puerto.
A la mañana siguiente volvió a investigar y a intentar dar con el paradero de Enrique por el policía que llevó el caso y que era conocido de la familia pudo conocer sus apellidos y dedicó la mañana a llamar por teléfono a todos los hombres que tenían el mismo nombre y apellidos de Enrique y que pudieran tener unos setenta años aproximadamente. Al final de la mañana había contactado con el nieto de un señor que encajaba con la persona que estaba buscando, este le informó que su abuelo aún vivía y que aunque con problemas de movilidad, su mente se mantenía lúcida y su memoria era envidiable si bien él nunca lo había oído mencionar la historia de Aurora y de su crimen. Quedaron en verse el próximo día así él podría hablar con su abuelo y contarle lo que Mara le había dicho y él decidiría si quería entrevistarse con ella o no.
Sobre las once de la mañana, Ricardo, el nieto de Enrique la llamó y quedaron para tomar un café en una céntrica cafetería de la capital donde se produciría el encuentro, con la condición de que si su abuelo por alguna razón se excitaba demasiado se irían para no perjudicar su salud.
Media hora antes de lo previsto Mara esperaba ansiosa la llegada de Ricardo y de su abuelo Enrique mientras en su cabeza daba vueltas una y otra vez a las preguntas que podría hacerle y sobre todo si él estaría dispuesto a contestarlas.
A la hora convenida aparecieron en la cafetería, un chico de pelo rizado y grandes ojos verdes con cierto aire familiar y un señor mayor alto y delgado, que destilaba además de una elegancia innata, un halo de misterio.
Después de las presentaciones Enrique se dirigió a Mara y le preguntó a Mara:
¿Qué es lo que desea saber señorita?
Mara le preguntó de que conocía a su tía Aurora y que relación había tenido con ella.
Enrique pensó un instante y dejándose llevar por los recuerdos, le relató, que había conocido a Aurora cuando eran unos adolescentes y que se había enamorado perdidamente de ella desde ese mismo instante, pero era una chica distinta a las de la época, tenía muy claro que quería estudiar, le apasionaba la enseñanza y sobre todo era un espíritu libre su fin en la vida no iba a ser madre y esposa al uso.
El problema surgió cuando un teniente del ejército destinado en Granada se encaprichó de la hija de uno de sus subordinados, Aurora la hija del cabo Rivero. La chica en ningún  momento le dio la más mínima esperanza, pero el teniente Gutiérrez que era una mala bestia abusó de ella y la dejó embarazada, como estaba prometido con una señorita bien de Madrid hija de un alto cargo del ejército y amigo personal del Generalísimo, lo arreglaron internando a la joven en un convento y ascendiendo al padre y cambiándolo de destino bajo pena de arresto o algo peor si se atrevía a contar algo.
De todo esto se enteró Enrique con el tiempo cuando la misma Aurora se lo confesó una vez se hubieron reencontrado después de muchos años sin saber de ella, le confesó que había podido estudiar y que estaba dando clases, pero que en fondo de su corazón la pena le atenazaba por no haber podido quedarse con su hijo como hubiera sido su deseo, las monjas del convento donde estuvo recluida se lo quitaron nada más nacer y lo llevaron a la inclusa para que pudiera ser adoptado.
La noche que la mataron Enrique había quedado con ella, por lo visto había podido averiguar donde estaba su hijo, y había hablado con Diego, el teniente Gutiérrez, para exigirle que moviera los hilos para que se lo devolvieran amenazándolo con contarlo todo y exponerlo a un escándalo del que no saldría airoso, cuando llegó la encontró tirada en el suelo sobre un gran charco de sangre. Después de comprobar que estaba muerta encontró una caja a su lado y dentro un papel que ponía el nombre de Ricardo y el nombre del convento donde se encontraba. Cogió el papel y lo cambió por uno que ponía:” Con el tiempo todo se sabrá” y huyó de allí sabiendo que si  lo encontraban lo acusarían de asesinato y no podría cumplir la promesa que le había hecho al cuerpo sin vida de  Aurora.
El cuidaría de su hijo, y eso hizo, habló con su mujer y decidieron adoptar a Ricardo, pasados unos años lo consiguieron  y junto a su otra hija habían sido una familia feliz, hasta el año pasado cuando un revés del destino hizo que su hijo y su nuera murieran en un accidente de tráfico, desde entonces su nieto se había ido a vivir con él y con su esposa.

Así fue como Mara logró descifrar el misterio de su familia que había sido guardado con tanto celo y pudo conocer al hijo de su primo Ricardo, el hijo de su malograda tía Aurora. Ahora ya no le quedaba nada por hacer, el caso de asesinato había prescrito y lo mejor era dejar el pasado enterrado para siempre.







domingo, 14 de febrero de 2016

Alas maduras.





La calurosa noche, hacía que el sudor impregnara su piel y le arañara el alma, dejando desgarrado el corazón de una mujer perdida y sin rumbo, así se sentía Alicia aquella noche de mayo.

Miraba la calle sin verla, con la mirada perdida intentaba recordar en qué momento abandonó sus sueños, y sus ilusiones se vieron relegadas a un segundo, o tercer plano.

¿Quizás cuando se casó y empezó a compartir su vida con él?, ¿o fue más adelante cuando tuvo su primer hijo y empezó a ser la madre de…..? Siempre pendiente de sus avances, sus necesidades, sus llantos, sus enfermedades, después la guardería, el colegio…..

Su vida se vio reducida de un día para otro, a pañales, conversaciones con otras madres, visitas al pediatra y a una vida de pareja abandonada en un rincón entre toma y toma, entre la salida de los dientes y la subida de la fiebre.

Empezó a recuperar parte de su independencia cuando su hijo comenzó con dos años a asistir a la guardería.

Volvió a relacionarse, a tener vida social, y su vida con él transcurría apaciblemente, habían vuelto a reencontrarse como pareja, como entes independientes que se buscaban en las noches eternas y en las breves siestas para disfrutar de su sexualidad, sin acordarse de las responsabilidades, solo atentos a disfrutar de su amor y pasión. 

Una noche de esas en las que se buscaban ansiosos de amor y deseo concibieron a su pequeña, una niñita rubia y angelical, que nació deprisa y con ganas de gritarle al mundo que ya había llegado.

Y volvieron los pañales, las noches sin dormir, las alegrías, los llantos, esta vez de una forma mucho más sosegada, y tranquila, pero poniendo nuevamente su vida patas arriba, volviendo a resquebrajar su alma y dividiéndola de nuevo ahora entre sus tres amores, su marido, su hijo y su hija.

Y ella ¿dónde se había quedado ella? ¿En qué parte del camino se perdió?

Fue consciente por aquel entonces de que necesitaba su espacio, algo que chocaba de frente con su educación, con el ejemplo que había tenido en su niñez, siempre arropada por una madre omnipresente, una madre que parecía desdoblarse para estar siempre en todo y con todos, la madre atenta, abnegada, la antítesis del egoísmo.

Sabía que necesitaba su espacio, su tiempo para sentirse bien, realizada como persona como mujer, y dejar de ser madre y esposa para centrarse en su individualidad como ser humano, con deseos, con carencias, con ilusiones con alas para volar y sentirse bien consigo misma sin pensar en nada ni en nadie, solo en su bienestar personal.

Sin embargo el sólo hecho de pensar en su espacio vital, en alejarse de todo y de todos aunque fuera solo unos días, hacía que su yo interior se volviera loco y la incertidumbre se mezclara con sus remordimientos por considerar que sus pensamientos, lícitos y humanos eran en cierto modo egoístas y anti natura, una madre debería ser feliz, solo con ver a sus hijos sanos y felices, ¿por qué le pasaba a ella eso? ¿Por qué se sentía mal por pensar en ella, en ser feliz, libre sin pensar en nada más? 

Si el hacer siempre lo correcto, la asfixiaba hasta del extremo de estar viviendo una vida que no consideraba como suya, ¿por qué no hacía algo para evitarlo?

Hacía tiempo que su alma lloraba en silencio, conocedora de haber perdido mucho tiempo en ser alguien que no la hacía plenamente feliz. Sólo debía querer cambiar, hacerlo, dar un paso adelante aunque eso significase dejar cosas en el camino, todo lo que el algún momento había supuesto una mochila que no la dejaba avanzar con determinación y valentía.

Tomó la decisión de no dejar nada más para mañana, hoy empezaría el principio de su nueva vida. De todas formas, se dio cuenta que nada de lo que hiciese o dijese dejaba contentos a todos, pero por lo menos si ella era feliz, alguien lo sería. 

Estaba decidido, no había sido una buena madre, ni una buena hija y mucho menos una buena esposa, el silencio se había vuelto a instalar en su relación de pareja y lo cierto es que creía que venía para quedarse, y lo más triste de todo es que notaba que él se estaba acostumbrando, y a ella cada vez le importaba menos. Nunca estaba a la altura, él se empeñaba en recordarle que estaba mayor, en lo mucho que había cambiado, que donde estaba la chica de la que se enamoró, en su falta de apetito sexual, por supuesto todo por culpa de su poca actitud, era ella la que había fallado, la que se había rendido.

Y ella agotada de intentar explicarle como se sentía, había optado por callar y llorar cuando él no la viese, porque hasta eso le molestaba. No entendía como alguien que había sido su otro yo, podía estar sentado a su lado y no reconocerlo.

No sabía en qué momento del camino recorrido había empezado a perderlo, pero lo más triste es que ya no le importaba, se había instalado en su corazón un vacío absoluto, estaba harta de reproches de no poder ser como quería ser.

Su fracaso la hacía ahogarse lentamente en un matrimonio estancado y sin esperanza, sentía que en los ojos en los que antes se veía reflejada no quedaba nada, sólo cariño por los años que habían recorrido juntos.

¿Pero qué hacer?, no podía volver a casa de sus padres, ellos no hubieran puesto objeciones pero no estaba dispuesta a perder de nuevo su libertad, sería empezar de nuevo, no podría volver a tener que dar explicaciones a sentirse como una adolescente casi y no solo eso. ¿Y sus hijos? Estaba segura que no le perdonarían que se separara de su padre, era un buen hombre, aunque algunas veces no lo comprendiesen del todo.

Tenía que luchar, no podía rendirse, ¿pero por qué notaba que le faltaban las fuerzas?, ¿que no tenía ganas de seguir?

El cansancio la embargaba, se sentía perdida, sin rumbo. Lo que daría por perderse en un bosque, sentarse al pie de un árbol y dormirse sin pensar en nada ni en nadie, abandonarse a las fuerzas de la naturaleza y sentir como renacía una nueva persona dispuesta a comerse el mundo, una mujer con la esencia que había perdido. Un renacer lleno de luz y de esperanzas renovadas un amanecer en que se pudiera expresar con libertad, sin condicionamientos sociales ni morales.

Empezaría un viaje sin retorno, se montaría en un avión con un rumbo lejano y empezaría de cero, seguro que podría hacerlo, sus alas volverían a crecer y volaría sin un rumbo fijo hacia un horizonte feliz y sin nubes, hacia su yo interior que perdió hacia tanto tiempo, sin ataduras, sin miedos, sin equipaje, sin prejuicios y sin esperar nada solo disfrutar de lo que la vida le fuera deparando.