viernes, 11 de marzo de 2016

La caja

Como muchos domingos Mara se levantó temprano, se acercó a la ventana y contempló el cielo espléndido que se abría a esa hora, si nada lo estropeaba iba a ser un día luminoso y perfecto para disfrutar con Lucas. Miró hacia la cama y lo observó profundamente dormido, el cansancio de la dura semana de trabajo le había pasado factura y arrebujado entre las sábanas dormía plácidamente.
Bajó a la cocina, preparó café y tostadas y cuando estaba pensando en subírselas al dormitorio, notó como unos brazos le rodeaban la cintura y una boca le besaba el cuello, sonrió y miró a Lucas que le decía:  Buenos días. ¿Qué planes tienes para hoy rubia?
Mara se giró y lo besó en los labios, bueno pues después de desayunar había pensado  que podríamos acercarnos al mercadillo a dar una vuelta ¿qué te parece?
 Genial y también podríamos ir a dar una vuelta por el Albayzin, perdernos entre sus callejas, tomarnos unas cervezas y comer fuera. El día promete y quizás si terminamos pronto podríamos volver a casa y echarnos una pequeña siesta, la miró maliciosamente y ella se abrazó a él y lo volvió besar. Me lo pensaré le dijo.
Llegaron sobre las once de la mañana y empezaron a pasear entre el bullicio de la gente, parándose en algún puesto de libros, de monedas y billetes, hasta que llegaron a un puesto regentado por un señor mayor inglés, tenía abanicos antiguos, relojes, cámaras de fotos, de primeros del siglo XX y a Mara le llamó la atención una pequeña cajita de alpaca ovalada que tenía en su tapa la foto de un edificio precioso escondido entre frondosos árboles en blanco y negro, Lucas se empeñó en comprársela y después de regatear el precio se marcharon con la caja y se perdieron por las calles empedradas del Albayzin de la mano disfrutando de las vistas.
En el mirador de San Nicolás se sentaron al sol y se dejaron llevar por la belleza de la Alhambra y los sonidos diversos de los curiosos y turistas que se agolpaban para disfrutar del inigualable paisaje.
Tomaron unas cañas y se dispusieron a acercarse a Plaza Larga a tomar un café, en ese momento se les acercó una gitana con unas ramas de romero y les dijo: Rubia hoy te han hecho un regalo que pronto te traerá sorpresas y no todas buenas.
Se marcharon de allí algo sorprendidos, sin hacer caso a las predicciones de la gitana que les pedía dinero por la información y que acabó maldiciéndolos porque no se lo dieron.
Se subieron al coche y volvieron a casa, después de una corta siesta, Mara se levantó con un terrible dolor de cabeza y Lucas con malhumor.
Decidieron ver una película y se acostaron pronto, al día siguiente había que madrugar y además Mara sentía que el día había sido agotador.
Cuando despertó, Lucas ya no estaba a su lado, recordó que la noche se plagó de pesadillas y no consiguió dormir bien, algo la molestaba pero no lograba recordar que.
Se levantó, preparó un café y como acto reflejo buscó la cajita en su bolso, allí en el fondo de una bolsita la encontró envuelta en papel de periódico de un periódico viejo que el vendedor había usado para guardarla, cuando la desenvolvió se quedó petrificada, en la hoja de un periódico que databa del 19 de febrero de mil novecientos setenta y tres, aparecía la fachada de su casa y un titular, “macabro hallazgo de una mujer asesinada salvajemente, se siguen sin pistas del asesino, aunque algunos vecinos oyeron ruidos la noche de los hechos nadie vio nada”.
La policía encontró al lado del cadáver un extraño mensaje guardado en una caja. Aurora que era como se llamaba la difunta estaba soltera y vivía sola, tenía treinta años y era profesora del colegio Santa Eulalia.
Un estremecimiento recorrió su espina dorsal, Mara no podía creer lo que estaba leyendo, Aurora era su tía, hermana de su madre y si bien ella le dijo que había muerto, jamás le contó nada a cerca de un asesinato en extrañas circunstancias y menos que se hubiera producido en su casa, todo resultaba tan extraño que decidió llamar a Lucas para contárselo, el teléfono sonó varias veces hasta que saltó en buzón de voz, decidió dejarle un mensaje para que la llamase.
Después de colgar, se dispuso a salir en busca de su madre, hacía años que estaba en una residencia por su problema de demencia senil, pero quiso probar suerte y preguntarle sobre el asunto de su tía, después de todo no le quedaba nadie más, su padre había muerto hacía un año y sus hermanas más pequeñas que ella no recordarían nada.
Entró por la puerta de la Residencia donde vivía su madre y pronto la vio sentada en el jardín con su vestido preferido de flores azules y un libro en la mano.
Antes de que pudiera llegar a ella, una de las enfermeras, Lucía, se le acercó y después de saludarla la puso al día de cómo se encontraba su madre y del avance lento pero inexorable de la enfermedad, llevaba unos días muy intranquila y lo mismo reconocía al personal, que llamaba a voces a su madre o relataba poemas de amor a quien quisiera escucharla.
Hola mamá, ¿cómo te encuentras? Te veo muy guapa.
Azucena se quedó mirando a su hija y emitiendo una leve sonrisa le dijo:
Hola cariño como estás, y ¿mamá porque no ha venido?
Soy Mara mamá, tu hija ¿no me reconoces? Que dices Aurora si yo no tengo hijos y tú tampoco deberías haberlos tenido, solo traen problemas.
¿Mis hijos, de qué hijos hablas?
Aurora, ¿crees que no sé qué el teniente Gutiérrez te dejó embarazada?
Lo que no sé es como papá no lo mató, aunque claro en esa época pero lo que fue una pena es que te la quitaran de esa manera, justo cuando diste a luz, jamás pensé que te recuperarías pero seguro que con la familia que esté estará bien.
Además Enrique es un buen hombre y no sospecha nada, te quiere y serás feliz aunque tú no lo ames, eso es lo de menos.
Bueno Aurora tengo que dejarte voy a seguir leyendo mi libro que es muy interesante, otro día nos vemos ¿de acuerdo?
Mara salió meditando todo lo que le había dicho su madre y hasta qué punto debería darle credibilidad, al fin y al cabo la mente de su madre hacía mucho que se había perdido en un laberinto del que muy pocas veces salía.
Se dispuso a investigar por su cuenta, miraría en las hemerotecas lo que se escribió sobre el horrible suceso y si más adelante encontraron al asesino de su tía.
Cuando se disponía a entrar en la biblioteca municipal sonó su móvil, era Lucas, le explicó muy brevemente que no iría a comer y que tenía que comentarle una cosa que había descubierto y la tenía preocupada.

Aquella noche mientras informaba a su marido de su siniestro descubrimiento, tomaron una copa de vino y le comunicó lo que había encontrado en los periódicos de la época, encontraron a su tía muerta en un charco de sangre, con un fuerte golpe en la cabeza producido por el impacto de un candelabro que encontraron a su lado, investigaron durante meses e incluso hubo un sospechoso, un pretendiente de Aurora llamado Enrique con el que estuvo a punto de casarse pero que al final la relación no llegó a buen puerto.
A la mañana siguiente volvió a investigar y a intentar dar con el paradero de Enrique por el policía que llevó el caso y que era conocido de la familia pudo conocer sus apellidos y dedicó la mañana a llamar por teléfono a todos los hombres que tenían el mismo nombre y apellidos de Enrique y que pudieran tener unos setenta años aproximadamente. Al final de la mañana había contactado con el nieto de un señor que encajaba con la persona que estaba buscando, este le informó que su abuelo aún vivía y que aunque con problemas de movilidad, su mente se mantenía lúcida y su memoria era envidiable si bien él nunca lo había oído mencionar la historia de Aurora y de su crimen. Quedaron en verse el próximo día así él podría hablar con su abuelo y contarle lo que Mara le había dicho y él decidiría si quería entrevistarse con ella o no.
Sobre las once de la mañana, Ricardo, el nieto de Enrique la llamó y quedaron para tomar un café en una céntrica cafetería de la capital donde se produciría el encuentro, con la condición de que si su abuelo por alguna razón se excitaba demasiado se irían para no perjudicar su salud.
Media hora antes de lo previsto Mara esperaba ansiosa la llegada de Ricardo y de su abuelo Enrique mientras en su cabeza daba vueltas una y otra vez a las preguntas que podría hacerle y sobre todo si él estaría dispuesto a contestarlas.
A la hora convenida aparecieron en la cafetería, un chico de pelo rizado y grandes ojos verdes con cierto aire familiar y un señor mayor alto y delgado, que destilaba además de una elegancia innata, un halo de misterio.
Después de las presentaciones Enrique se dirigió a Mara y le preguntó a Mara:
¿Qué es lo que desea saber señorita?
Mara le preguntó de que conocía a su tía Aurora y que relación había tenido con ella.
Enrique pensó un instante y dejándose llevar por los recuerdos, le relató, que había conocido a Aurora cuando eran unos adolescentes y que se había enamorado perdidamente de ella desde ese mismo instante, pero era una chica distinta a las de la época, tenía muy claro que quería estudiar, le apasionaba la enseñanza y sobre todo era un espíritu libre su fin en la vida no iba a ser madre y esposa al uso.
El problema surgió cuando un teniente del ejército destinado en Granada se encaprichó de la hija de uno de sus subordinados, Aurora la hija del cabo Rivero. La chica en ningún  momento le dio la más mínima esperanza, pero el teniente Gutiérrez que era una mala bestia abusó de ella y la dejó embarazada, como estaba prometido con una señorita bien de Madrid hija de un alto cargo del ejército y amigo personal del Generalísimo, lo arreglaron internando a la joven en un convento y ascendiendo al padre y cambiándolo de destino bajo pena de arresto o algo peor si se atrevía a contar algo.
De todo esto se enteró Enrique con el tiempo cuando la misma Aurora se lo confesó una vez se hubieron reencontrado después de muchos años sin saber de ella, le confesó que había podido estudiar y que estaba dando clases, pero que en fondo de su corazón la pena le atenazaba por no haber podido quedarse con su hijo como hubiera sido su deseo, las monjas del convento donde estuvo recluida se lo quitaron nada más nacer y lo llevaron a la inclusa para que pudiera ser adoptado.
La noche que la mataron Enrique había quedado con ella, por lo visto había podido averiguar donde estaba su hijo, y había hablado con Diego, el teniente Gutiérrez, para exigirle que moviera los hilos para que se lo devolvieran amenazándolo con contarlo todo y exponerlo a un escándalo del que no saldría airoso, cuando llegó la encontró tirada en el suelo sobre un gran charco de sangre. Después de comprobar que estaba muerta encontró una caja a su lado y dentro un papel que ponía el nombre de Ricardo y el nombre del convento donde se encontraba. Cogió el papel y lo cambió por uno que ponía:” Con el tiempo todo se sabrá” y huyó de allí sabiendo que si  lo encontraban lo acusarían de asesinato y no podría cumplir la promesa que le había hecho al cuerpo sin vida de  Aurora.
El cuidaría de su hijo, y eso hizo, habló con su mujer y decidieron adoptar a Ricardo, pasados unos años lo consiguieron  y junto a su otra hija habían sido una familia feliz, hasta el año pasado cuando un revés del destino hizo que su hijo y su nuera murieran en un accidente de tráfico, desde entonces su nieto se había ido a vivir con él y con su esposa.

Así fue como Mara logró descifrar el misterio de su familia que había sido guardado con tanto celo y pudo conocer al hijo de su primo Ricardo, el hijo de su malograda tía Aurora. Ahora ya no le quedaba nada por hacer, el caso de asesinato había prescrito y lo mejor era dejar el pasado enterrado para siempre.







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