Como muchos domingos Mara
se levantó temprano, se acercó a la ventana y contempló el cielo espléndido que
se abría a esa hora, si nada lo estropeaba iba a ser un día luminoso y perfecto para disfrutar con Lucas. Miró hacia la cama y lo observó
profundamente dormido, el cansancio de la dura semana de trabajo le había
pasado factura y arrebujado entre las sábanas dormía plácidamente.
Bajó a la cocina, preparó
café y tostadas y cuando estaba pensando en subírselas al dormitorio, notó como
unos brazos le rodeaban la cintura y una boca le besaba el cuello, sonrió y
miró a Lucas que le decía: Buenos días.
¿Qué planes tienes para hoy rubia?
Mara se giró y lo besó en
los labios, bueno pues después de desayunar había pensado que podríamos acercarnos al mercadillo a dar
una vuelta ¿qué te parece?
Genial y también podríamos ir a dar una vuelta
por el Albayzin, perdernos entre sus callejas, tomarnos unas cervezas y comer
fuera. El día promete y quizás si terminamos pronto podríamos volver a casa y
echarnos una pequeña siesta, la miró maliciosamente y ella se abrazó a él y lo
volvió besar. Me lo pensaré le dijo.
Llegaron sobre las once
de la mañana y empezaron a pasear entre el bullicio de la gente, parándose en
algún puesto de libros, de monedas y billetes, hasta que llegaron a un puesto
regentado por un señor mayor inglés, tenía abanicos antiguos, relojes, cámaras
de fotos, de primeros del siglo XX y a Mara le llamó la atención una pequeña
cajita de alpaca ovalada que tenía en su tapa la foto de un edificio precioso
escondido entre frondosos árboles en blanco y negro, Lucas se empeñó en
comprársela y después de regatear el precio se marcharon con la caja y se
perdieron por las calles empedradas del Albayzin de la mano disfrutando de las
vistas.
En el mirador de San
Nicolás se sentaron al sol y se dejaron llevar por la belleza de la Alhambra y
los sonidos diversos de los curiosos y turistas que se agolpaban para disfrutar
del inigualable paisaje.
Tomaron unas cañas y se
dispusieron a acercarse a Plaza Larga a tomar un café, en ese momento se les
acercó una gitana con unas ramas de romero y les dijo: Rubia hoy te han hecho
un regalo que pronto te traerá sorpresas y no todas buenas.
Se marcharon de allí algo
sorprendidos, sin hacer caso a las predicciones de la gitana que les pedía
dinero por la información y que acabó maldiciéndolos porque no se lo dieron.
Se subieron al coche y
volvieron a casa, después de una corta siesta, Mara se levantó con un terrible
dolor de cabeza y Lucas con malhumor.
Decidieron ver una
película y se acostaron pronto, al día siguiente había que madrugar y además
Mara sentía que el día había sido agotador.
Cuando despertó, Lucas ya
no estaba a su lado, recordó que la noche se plagó de pesadillas y no consiguió
dormir bien, algo la molestaba pero no lograba recordar que.
Se levantó, preparó un
café y como acto reflejo buscó la cajita en su bolso, allí en el fondo de una
bolsita la encontró envuelta en papel de periódico de un periódico viejo que el
vendedor había usado para guardarla, cuando la desenvolvió se quedó petrificada,
en la hoja de un periódico que databa del 19 de febrero de mil novecientos setenta
y tres, aparecía la fachada de su casa y un titular, “macabro hallazgo de una
mujer asesinada salvajemente, se siguen sin pistas del asesino, aunque algunos
vecinos oyeron ruidos la noche de los hechos nadie vio nada”.
La policía encontró al
lado del cadáver un extraño mensaje guardado en una caja. Aurora que era como
se llamaba la difunta estaba soltera y vivía sola, tenía treinta años y era
profesora del colegio Santa Eulalia.
Un estremecimiento
recorrió su espina dorsal, Mara no podía creer lo que estaba leyendo, Aurora
era su tía, hermana de su madre y si bien ella le dijo que había muerto, jamás
le contó nada a cerca de un asesinato en extrañas circunstancias y menos que se
hubiera producido en su casa, todo resultaba tan extraño que decidió llamar a
Lucas para contárselo, el teléfono sonó varias veces hasta que saltó en buzón
de voz, decidió dejarle un mensaje para que la llamase.
Después de colgar, se
dispuso a salir en busca de su madre, hacía años que estaba en una residencia
por su problema de demencia senil, pero quiso probar suerte y preguntarle sobre
el asunto de su tía, después de todo no le quedaba nadie más, su padre había
muerto hacía un año y sus hermanas más pequeñas que ella no recordarían nada.
Entró por la puerta de la
Residencia donde vivía su madre y pronto la vio sentada en el jardín con su
vestido preferido de flores azules y un libro en la mano.
Antes de que pudiera
llegar a ella, una de las enfermeras, Lucía, se le acercó y después de
saludarla la puso al día de cómo se encontraba su madre y del avance lento pero
inexorable de la enfermedad, llevaba unos días muy intranquila y lo mismo
reconocía al personal, que llamaba a voces a su madre o relataba poemas de amor
a quien quisiera escucharla.
Hola mamá, ¿cómo te
encuentras? Te veo muy guapa.
Azucena se quedó mirando
a su hija y emitiendo una leve sonrisa le dijo:
Hola cariño como estás, y
¿mamá porque no ha venido?
Soy Mara mamá, tu hija
¿no me reconoces? Que dices Aurora si yo no tengo hijos y tú tampoco deberías
haberlos tenido, solo traen problemas.
¿Mis hijos, de qué hijos
hablas?
Aurora, ¿crees que no sé qué
el teniente Gutiérrez te dejó embarazada?
Lo que no sé es como papá
no lo mató, aunque claro en esa época pero lo que fue una pena es que te la
quitaran de esa manera, justo cuando diste a luz, jamás pensé que te
recuperarías pero seguro que con la familia que esté estará bien.
Además Enrique es un buen
hombre y no sospecha nada, te quiere y serás feliz aunque tú no lo ames, eso es
lo de menos.
Bueno Aurora tengo que
dejarte voy a seguir leyendo mi libro que es muy interesante, otro día nos
vemos ¿de acuerdo?
Mara salió meditando todo
lo que le había dicho su madre y hasta qué punto debería darle credibilidad, al
fin y al cabo la mente de su madre hacía mucho que se había perdido en un
laberinto del que muy pocas veces salía.
Se dispuso a investigar
por su cuenta, miraría en las hemerotecas lo que se escribió sobre el horrible
suceso y si más adelante encontraron al asesino de su tía.
Cuando se disponía a
entrar en la biblioteca municipal sonó su móvil, era Lucas, le explicó muy
brevemente que no iría a comer y que tenía que comentarle una cosa que había
descubierto y la tenía preocupada.
Aquella noche mientras
informaba a su marido de su siniestro descubrimiento, tomaron una copa de vino
y le comunicó lo que había encontrado en los periódicos de la época,
encontraron a su tía muerta en un charco de sangre, con un fuerte golpe en la
cabeza producido por el impacto de un candelabro que encontraron a su lado,
investigaron durante meses e incluso hubo un sospechoso, un pretendiente de
Aurora llamado Enrique con el que estuvo a punto de casarse pero que al final
la relación no llegó a buen puerto.
A la mañana siguiente
volvió a investigar y a intentar dar con el paradero de Enrique por el policía
que llevó el caso y que era conocido de la familia pudo conocer sus apellidos y
dedicó la mañana a llamar por teléfono a todos los hombres que tenían el mismo
nombre y apellidos de Enrique y que pudieran tener unos setenta años
aproximadamente. Al final de la mañana había contactado con el nieto de un
señor que encajaba con la persona que estaba buscando, este le informó que su
abuelo aún vivía y que aunque con problemas de movilidad, su mente se mantenía
lúcida y su memoria era envidiable si bien él nunca lo había oído mencionar la
historia de Aurora y de su crimen. Quedaron en verse el próximo día así él
podría hablar con su abuelo y contarle lo que Mara le había dicho y él
decidiría si quería entrevistarse con ella o no.
Sobre las once de la
mañana, Ricardo, el nieto de Enrique la llamó y quedaron para tomar un café en
una céntrica cafetería de la capital donde se produciría el encuentro, con la
condición de que si su abuelo por alguna razón se excitaba demasiado se irían
para no perjudicar su salud.
Media hora antes de lo
previsto Mara esperaba ansiosa la llegada de Ricardo y de su abuelo Enrique
mientras en su cabeza daba vueltas una y otra vez a las preguntas que podría
hacerle y sobre todo si él estaría dispuesto a contestarlas.
A la hora convenida
aparecieron en la cafetería, un chico de pelo rizado y grandes ojos verdes con
cierto aire familiar y un señor mayor alto y delgado, que destilaba además de
una elegancia innata, un halo de misterio.
Después de las
presentaciones Enrique se dirigió a Mara y le preguntó a Mara:
¿Qué es lo que desea
saber señorita?
Mara le preguntó de que
conocía a su tía Aurora y que relación había tenido con ella.
Enrique pensó un instante
y dejándose llevar por los recuerdos, le relató, que había conocido a Aurora
cuando eran unos adolescentes y que se había enamorado perdidamente de ella
desde ese mismo instante, pero era una chica distinta a las de la época, tenía
muy claro que quería estudiar, le apasionaba la enseñanza y sobre todo era un
espíritu libre su fin en la vida no iba a ser madre y esposa al uso.
El problema surgió cuando
un teniente del ejército destinado en Granada se encaprichó de la hija de uno
de sus subordinados, Aurora la hija del cabo Rivero. La chica en ningún momento le dio la más mínima esperanza, pero
el teniente Gutiérrez que era una mala bestia abusó de ella y la dejó
embarazada, como estaba prometido con una señorita bien de Madrid hija de un
alto cargo del ejército y amigo personal del Generalísimo, lo arreglaron
internando a la joven en un convento y ascendiendo al padre y cambiándolo de
destino bajo pena de arresto o algo peor si se atrevía a contar algo.
De todo esto se enteró
Enrique con el tiempo cuando la misma Aurora se lo confesó una vez se hubieron
reencontrado después de muchos años sin saber de ella, le confesó que había
podido estudiar y que estaba dando clases, pero que en fondo de su corazón la
pena le atenazaba por no haber podido quedarse con su hijo como hubiera sido su
deseo, las monjas del convento donde estuvo recluida se lo quitaron nada más
nacer y lo llevaron a la inclusa para que pudiera ser adoptado.
La noche que la mataron
Enrique había quedado con ella, por lo visto había podido averiguar donde
estaba su hijo, y había hablado con Diego, el teniente Gutiérrez, para exigirle
que moviera los hilos para que se lo devolvieran amenazándolo con contarlo todo
y exponerlo a un escándalo del que no saldría airoso, cuando llegó la encontró
tirada en el suelo sobre un gran charco de sangre. Después de comprobar que
estaba muerta encontró una caja a su lado y dentro un papel que ponía el nombre
de Ricardo y el nombre del convento donde se encontraba. Cogió el papel y lo
cambió por uno que ponía:” Con el tiempo todo se sabrá” y huyó de allí sabiendo
que si lo encontraban lo acusarían de
asesinato y no podría cumplir la promesa que le había hecho al cuerpo sin vida
de Aurora.
El cuidaría de su hijo, y
eso hizo, habló con su mujer y decidieron adoptar a Ricardo, pasados unos años
lo consiguieron y junto a su otra hija
habían sido una familia feliz, hasta el año pasado cuando un revés del destino
hizo que su hijo y su nuera murieran en un accidente de tráfico, desde entonces
su nieto se había ido a vivir con él y con su esposa.
Así fue como Mara logró
descifrar el misterio de su familia que había sido guardado con tanto celo y
pudo conocer al hijo de su primo Ricardo, el hijo de su malograda tía Aurora. Ahora
ya no le quedaba nada por hacer, el caso de asesinato había prescrito y lo
mejor era dejar el pasado enterrado para siempre.
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