lunes, 28 de marzo de 2016

El espejo de Isolda

Apagaron las luces y cerraron la tienda, Marian y Luna reflejaban en su rostro la felicidad que las embargaba, hoy hacía justo un año que decidieron embarcarse en este negocio que les había dado tantas satisfacciones durante este tiempo. Habían conseguido crear una boutique y tienda de decoración vintage con un estilo propio y muy bien definido, desde que abrieron "Isolda", la suerte las acompañaba, trabajaban mucho, pero todo ese esfuerzo se veía recompensado día a día con la fidelización de los antiguos clientes y el crecimiento del número de nuevos.
La tienda desprendía un aura especial, estaba ubicada en un barrio antiguo de la ciudad donde vivían, era un edificio de dos plantas y sótano, con una fantástica fachada de piedra vista y con unos grandes ventanales, que permitían ver la bulliciosa calle y dejaba pasar la luz durante todo el día.
Con mucho esfuerzo y dedicación se habían convertido en referente de muchos clientes que acudían con frecuencia para asesorarse a la hora de celebrar una fiesta , tanto de la ropa adecuada para la anfitriona así como la cubertería, vajilla, candelabros y demás artículos de decoración, que hacían de sus eventos unos de los más nombrados de la comarca.
Salieron al frío parque y se dirigieron a un local muy animado llamado La Tabla Redonda donde servían unas de las mejores carnes de la zona regada con un vino tinto impresionante.
Cuando llegaron el camarero las acompañó a su mesa, al lado de la ventana, les entregó la carta y se marchó a por el vino que le habían pedido.
Se dedicaron a examinar la carta y a disfrutar del calor que emanaba el local, la luminosidad y el ambiente sumamente agradable.
Mientras esperaban la llegada del primer plato, Marian y Luna no pararon de hablar, el entusiasmo que ambas ponían en su negocio se transmitía al resto de su jornada, siempre tenían ideas nuevas que compartir, y sentimientos que contar, además de socias eran amigas, amigas desde siempre.
Marian se había casado hacía un año con Hugo, su novio desde que iban al instituto, un chico sencillo y encantador que trabajaba en la fábrica maderera de su padre, y que con el tiempo heredaría.
Por su parte Luna, no había encontrado al compañero con quien quisiera compartir su vida de  manera incondicional. Disfrutaba de sus amigos, de su familia y sobre todo de su independencia y libertad para hacer en cada momento lo que le apetecía. Huía de compromisos que la atasen y mermaran sus ansias de superarse y ser libre.
Había flirteado con algún compañero del instituto, pero ninguno consiguió cambiarle su forma de ver la vida, quería un hombre que la amase, un amante que la hiciera perder el juicio y un amigo que la apoyase siempre, algo casi imposible de encontrar como le decía entre risas y confidencias su amiga Marian.
Mientras disfrutaban de un café después de la comida, decidieron que debían ir a una feria artesanal y de antigüedades que se celebraría el próximo fin de semana en la localidad de Puente Viesgo, era una actividad que se había puesto de moda en los últimos años, y lo cierto es que se podían encontrar algunas piezas maravillosas entre los objetos que la gente de las grandes casucas cántabras ponían a la venta, desde unos maravillosos sombreros de los años veinte hasta estolas de piel, guantes, alguna que otra joya de bisutería, libros, vajillas, un sinfín de posibilidades para su próspero negocio.
Volvieron a la tienda y la tarde pasó rápida con el bullicio de todos los días y con la extraña visita de una señora mayor que les llamó la atención, era esbelta y poseía una elegancia innata, el cabello blanco cortado en una melena ofrecía a su cara una serenidad y belleza clásica e intemporal en el que destacaban unos enormes y limpios ojos grises. Buscaba algo especial para regalar a su nieta que se casaba en breve,  pero después de enseñarle varias opciones no se decidió por ninguna y quedó en volver en breve para ver si habían recibido nuevas piezas.
El resto de la semana transcurrió sin novedad y el domingo, a las nueve de la mañana Luna esperaba a Marian en la cafetería La gran Casuca para después de desayunar marchar hasta Puente Viesgo, saboreaba su café distraídamente cuando notó que alguien la observaba, levantó la mirada y unos grandes ojos grises que les resultaban familiares la miraban con curiosidad mientras se escondían tras un periódico, pertenecían a un hombre joven, moreno, atlético y que pretendía concentrarse en la lectura que tenía delante sin conseguirlo. El cruce de  miradas se vio cortado por la llegada de Marian que presurosa la besó en la mejilla y pidió un café mientras se disculpaba por la tardanza, Hugo se negaba a dejarla salir de la cama y entre risas y bromas se le había hecho tarde.
Terminaron de desayunar y al salir descubrió con decepción que el extraño que la observaba ya no estaba en su mesa. Se dirigieron a los puestos de artesanía y cosas antiguas, se pasaron toda la mañana comprando algunos objetos que serían buenos para la tienda y que se venderían pronto, y cuando estaban planeando irse a casa en un pequeño puesto Luna vio un pequeño espejo de tocador labrado con dos pequeños cajones que llamó su atención, cuando se dirigió a la dueña para negociar el precio descubrió con sorpresa que era la misma mujer que días antes había entrado en su tienda buscando un regalo para su nieta. Se saludaron cordialmente y  después de acordar el precio, Alfonsa que es como se llamaba la señora del pelo blanco le envolvió el espejo y se lo dio comentándole que el espejo tenía una historia detrás y que seguro que le traería suerte, como a su abuela, la antigua propietaria del mismo.
Algo intrigada e ilusionada Luna lo guardó con esmero en el maletero del coche y durante el trayecto de vuelta, le dijo a Marian lo que le había contado la anciana y que le gustaría quedarse con el espejo si ella estaba de acuerdo.
Marian no puso ninguna objeción y se rio de su amiga y de su manera de encontrar algo prodigioso en cualquier objeto.
Se despidieron en la entrada del piso de Luna y quedaron en verse el lunes en la tienda.
Luna decidió tomarse el resto de la jornada con tranquilidad, prepararía la comida y dedicaría la tarde a leer y oír música, necesitaba desconectar y relajarse. Después de  comer se sentó en el sofá y se tomó un té de canela y cardamomo uno de sus preferidos, y sin darse cuenta notó como un sopor la inundaba y cerraba sus ojos llevándola en volandas a brazos de Morfeo.
Un ruido en los cristales la despertó sobresaltada, cuando miró el reloj pudo ver que se había quedado dormida más de dos horas, el viento había arreciado y una de las ramas del árbol del jardín golpeaba insistentemente la cristalera del salón. Recordó que debía haberlo podado y que cuando pasase la tormenta buscaría a alguien para que lo hiciera.
Se levantó un poco aturdida y se dirigió al coche a recoger el espejo que había comprado, quería verlo detenidamente, recrearse en sus labrados, admirar el primor con el que había sido tallado e intentar reconocer a través del objeto el alma del artista que lo había creado. Esa era una de sus pasiones, intentar descubrir al maestro artesano y descubrir la esencia del objeto en sí a través de las hábiles manos del creador.
Admiró el trabajo bien hecho, era un pequeño espejo de tocador que se bamboleaba sobre dos soportes y en cuya base habían situado dos pequeños cajones que servían de joyeros, incluso tenían una pequeñas cerraduras con una llave que se escondía en uno de ellos. Al coger la llave, casi una miniatura notó que pesaba demasiado, pero no le dio mayor importancia.
Lo dejó en su dormitorio y se dispuso a tomar una ducha relajante que la preparase para descansar durante toda la noche.
Salió de la ducha envuelta en una toalla, oyó un ruido extraño y cuando entró al salón, alguien con un pasamontañas la empujó tirándola al suelo y escapando a toda velocidad con el espejo.
Cuando se hubo recuperado del susto llamó a la policía y también a Marian. Cuando esta llegó, la policía ya se había marchado, la interrogaron sobre el valor del espejo y sobre si sospechaba quien podría haberlo robado.
Marian se ofreció a quedarse con ella esa noche y así a la mañana siguiente podrían ir juntas a trabajar, especularon un rato sobre el porqué del robo y al final ambas se quedaron dormidas de madrugada en el sofá.
Cuando Luna se despertó con el cuerpo dolorido del golpe que le había dado el ladrón, Marian ya se movía en la cocina como pez en el agua, olía a café y se hallaba atareada preparando unas tostadas.
La saludó, fue al baño y salió duchada y vestida. Se sentó con su amiga y tras desayunar se marcharon a trabajar como cada día.
Durante la jornada no pasó nada reseñable pero al finalizar la tarde, Alfonsa con una gravedad en el rostro desconocida para ellas apareció en la tienda y se interesó por el espejo, preguntó nerviosa si ya lo habían vendido y cuando Luna la puso al día de lo que había sucedido, se puso pálida como el papel y por un momento pareció que iba a perder el equilibrio, pero en un instante se repuso, les reiteró lo mucho que lo sentía y salió de la tienda.
Luna dejó a Marian sola y salió presurosa a la calle, al salir pudo ver como el hombre que había visto en el café el día del mercadillo, el de los profundos ojos grises, la ayudaba a meterse en el coche y se marchaban.
Decidió que esa semana sin falta iría a ver a Alfonsa e intentaría sonsacarle que es lo que sospechaba de lo que había pasado en su casa.
Cuando aquella tarde preparó su famosa tarta de manzana para llevárselo a Alfonsa no podía imaginar lo que se encontraría al llegar a la gran casuca.
Tocó al timbre y nadie le abrió, entonces cuando se disponía a marcharse oyó unas voces y vio que la puerta se encontraba abierta.
Entró y en el salón se encontró a la anciana que intentaba zafarse de una mujer de unos setenta años y con la mirada vidriosa que le reprochaba que hubiera vendido el espejo.
¿Qué está pasando Alfonsa, necesita ayuda?
En ese momento la desconocida se giró y cuando intentó abalanzarse contra ella, el joven de ojos grises la sujetó por las muñecas, la abrazó fuerte y mientras le susurraba algo al oído consiguió calmarla. Cuando lo hubo conseguido la sacó del salón y subió con ella a la planta de arriba.
Alfonsa más tranquila, le invitó a sentarse y le explicó la escena que acababa de presenciar.
Luisa era su hija, había perdido la razón hacía muchos años, cuando sus hijos aún eran pequeños, Mario tenía dos años, era el joven de ojos grises que había visto, y Leticia cuatro, al morir su marido en un accidente de tráfico y descubrirse que no iba solo sino con su amante, ella había entrado en una espiral sin retorno en la que su mente se había perdido para no volver. Estaba medicada y diagnosticada, pero de vez en cuando sufría algún brote puntual, y eso es lo que había ocurrido. Desde la ventana pudo ver como Alfonsa le vendía el espejo a Luna, un espejo que había pertenecido a la bisabuela de Luisa y que creían que no recordaba, pero que cuando lo vio despertó en ella una inquietud rara que hizo que Mario en vez de pedírselo a Luna y explicarle lo que sucedía decidiera colarse en su casa y robarlo para intentar serenar a su madre.
Ese era todo el misterio y sólo le pedía que no denunciara a su nieto, era un buen chico y no había pretendido hacerle daño ni asustarla, solo consolar la pena de su progenitora.
Estaba acabando de conversar con Alfonsa cuando Mario entró de nuevo en el salón.
Lo siento Luna, espero que pueda perdonar mi torpeza y le digo que estoy dispuesto a asumir mi culpa si sigue adelante con la denuncia, fue un error terrible entrar en su casa para robar el dichoso espejo.

No se preocupe Mario, su abuela ya me ha puesto al día de todo lo sucedido y retiraré la denuncia si me invita alguna noche a cenar para hacerse perdonar, ¿qué le parece? Mario la miró con sus profundos ojos grises y en ese instante supo que sería la primera de muchas veladas compartidas, sonriéndole solo pudo contestarle con un tímido sí.




No hay comentarios:

Publicar un comentario