lunes, 16 de junio de 2014

Verdades ocultas.

Habían pasado casi dos años desde que Sole tuvo que dejar el calor de su hogar en un pequeño pueblo andaluz para buscarse la vida en Madrid, recordaba el día que llegó, el cielo plomizo amenazaba lluvia y cuando bajó del tren y el viento y el frío de la capital le abofetearon la cara supo que una nueva etapa de su vida empezaba, sin el abrigo de los suyos, sin el calor de los brazos de su madre y si la complicidad de su hermana menor que se había quedado en aquella casucha de paredes encaladas y chimenea que ya empezaba a echar de menos.
Aquel día se dirigió de inmediato con una carta de recomendación que llevaba guardada a buen recaudo en el bolsillo de su viejo abrigo, a casa de los señores marqueses de Monteverde.
Se quedó boquiabierta cuando entró en el portal del edificio, fiel reflejo del neoclasicismo y pudo admirar las grandes escaleras de mármol, las lámparas de cristal y toda la opulencia que se vislumbraba nada más poner un pie allí.
La sacó de su ensimismamiento una voz amable que le preguntó:
-¿Dónde se dirige la señorita?
Se volvió toda ruborizada y se encontró frente a un señor con traje y gorra que le informó que era el portero de la finca y que se llamaba Sebastián.
Casi en un susurro le comunicó que tenía que ver a Doña Asunción, la marquesa, que traía una carta para ella y que la estaba esperando.
De acuerdo chiquilla, pero ten cuidado creo que hoy no está de muy buen humor, es el principal derecha.
Sole le dio las gracias y subió las escaleras deprisa cargando con la pequeña maleta de cartón en la que su madre con todo el amor del mundo le había puesto lo poco que tenía.
Llamó a la puerta y le abrió una señora con el pelo cano, con uniforme oscuro y cofia:
- ¿Que se le ofrece niña?
-Buenos días soy Soledad, vengo de Málaga y traigo una carta para la señora Marquesa, la está esperando.
- Dámela y espera un momento aquí mientras se la entrego.
Al cabo de un buen rato, las misma señora volvió a abrirle la puerta y la dejó pasar.
Entró con miedo y cuando llegó al salón y vio a la señora marquesa las piernas empezaron a temblarle.
- Pasa chiquilla que te vea, Sole se adelantó unos pasos y cuando estuvo frente a Doña Asunción, esta la examinó de arriba a bajo y le dijo a Adela, instala a la chica contigo y consiguele un uniforme, espero que la enseñes para que esté a la altura.
-Y respecto a tus obligaciones Adela te pondrá al día, solo espero que no tenga que arrepentirme de hacerle un favor al padre Damián.
Quiero que sepas que cuanto menos se te oiga y menos se note tu presencia mejor para todos, ¿alguna pregunta?
-No señora, y gracias haré todo lo que esté en mi mano para que sea como usted ordena. 
Adela salió del comedor y Sole la siguió en silencio, cuando llegaron a la habitación que iban a compartir, le dijo cual sería su cama y que dejara la maleta y luego lo guardaría todo, ahora había cosas que hacer en la cocina.
Habían sido meses de muchos cambios en su sencilla vida, pero pronto se acostumbró a trabajar duro y callar y bajar la mirada cuando se dirigían a ella alguno de los miembros de la familia donde servía.
La familia estaba compuesta por Doña Asunción, la marquesa, señora de misa diaria y golpes de pecho, patriota y devota de Franco y una de las personas más tiranas e insensibles que Sole se había encontrado en su corta vida, algo que pudo constatar al poco de estar viviendo en el número catorce de la calle Serrano, la doncella que servía la mesa y atendía a los invitados,Charito, sufrió una caída en plena fiesta debido a la zancadilla de una de las hijas de Doña Asunción, una niña irritante llamada Piluca, algo más pequeña que Sole y malcriada en exceso, derramando el líquido que portaban las copas que servia a los invitados.
Automáticamente doña Asunción, la llamó torpe y la despidió con cajas destempladas sin dejar que la pobre pudiera explicarle lo ocurrido.
También vivía o mejor dicho sobrevivía el señor marqués don Ernesto, hombre serio, culto y tremendamente prudente que pisaba por aquel suntuoso piso casi sin hacer ruido, como si así pudiera evitar los envites de su malhumorada esposa.
El matrimonio tenía cuatro vástagos, el señorito Carlos, estudiante calavera que más que estudiar paseaba libros y se dedicaba en cuerpo y alma a asistir a todas las fiestas que se daban en Madrid, la señorita Candela, Piluca y el más pequeño de los Monteverde, un chico llamado Nicolás, sensible y cariñoso que ponía de los nervios a su madre que veía en él un chico demasiado pusilánime para la carrera militar para la que lo tenía reservado.
Además de Adela, la cocinera con la que compartía cuarto, mujer entrada en años y sin hijos que había servido a los marqueses desde tiempos inmemorables, también pertenecían al servicio, Luisa, la nueva doncella  que fue contratada poco después de que despidieran a la pobre Charito, chica algo desvergonzada a la que había pillado en varias ocasiones dejándose hacer arrumacos por el señorito Carlos en la oscuridad del angosto pasillo de la casa, y permitiendo a éste que se metiera de vez en cuando en su dormitorio.
También servían en la casa, aunque no vivían allí, el chófer, un joven apuesto de nombre Manuel y el secretario del señor marqués, don Agustín, escribano venido a menos que se ganaba la vida escribiendo y atendiendo la correspondencia que se recibía en la casa.
Aquel verano el calor era asfixiante y todo estaba preparado para marcharse a Santander al palacete que la familia tenía allí y donde pasaban los veranos, pero el viaje se había retrasado porque la señorita Candela se había indispuesto y
el médico le había aconsejado que no sería bueno el aire húmedo del Norte.
Al final se decidió que se marcharían todos excepto Candela y Sole y que una cuñada de doña Asunción, viuda de guerra de su hermano Luis, se mudaría al piso de la calle Serrano durante el verano para cuidar de su sobrina y vigilar que todo estuviera bien, con la promesa de acompañarla ella misma al palacete si el médico así lo recomendase.
A las dos semanas de la marcha de la familia, la tía Vicenta se marchó como todos los días a misa de ocho y fue la primera vez que la señorita Candela y Sole tuvieron tiempo de hablar de forma más íntima.
Fue Candela quien inició la conversación y le preguntó a Sole,
 -¿no te sientes sola lejos de tu familia?
- Si señorita, pero a todo se acostumbra una, y el dinero que consigo ahorrar y mandarle a mi madre y a mi hermana las ayuda a sobrevivir en estos tiempos.
Que generosa eres, te admiro, yo no creo que fuese capaz, pero claro yo creo que soy capaz de bien poco.
-No diga eso señorita seguro que usted es capaz de hacer lo que se proponga.
Gracias Sole pero yo conozco mis limitaciones, y sino ya está mi madre para recordarlas a diario, que si no es bueno que pinte, que no llegaré nunca a nada, que lo que debo hacer es buscar un buen marido que como siga así me voy a quedar para vestir santos.
A veces me gustaría salir de esta casa y no volver nunca, y diciendo esto se echó a llorar desconsoladamente, Sole no sabía como consolarla y sólo se le ocurrió decirle:
- No se preocupe señorita yo estaré aquí para lo que necesite.
Al poco rato volvió doña Vicenta y tuvieron que terminar la conversación que habían iniciado, pero la complicidad se instaló entre ellas a partir de entonces y desde ese día mantenían grandes charlas a espaldas de los demás.
Una tarde en que la señora Vicenta se había recostado porque le dolía la cabeza, Candela llamó a Sole y le dijo:
¿ Y tu familia como se encuentra, están todos bien?
Bueno mi hermana se encuentra bien, la que me preocupa es mi madre que está algo delicada de salud, si sigue así tendrá que dejar de trabajar y no sé yo si les llegará con lo poco que yo les mando.
¿Y tu padre? nunca me has hablado de él.
-No señorita, no le conocí mi madre dice que murió y el que fue el segundo marido de mi madre está en la cárcel por asuntos de política así que solo las tengo a ellas.
¿ Y quién te recomendó para que vinieras a Madrid?
Fue el párroco de mi pueblo el padre Damián.
- ¡Ah Don Damián!, es un viejo amigo de la familia y tengo entendido que casi inseparable del hermano de mi madre, mi tío Julio.
Vive en Barcelona con su esposa, pero nunca tuvo hijos, creo que por eso siempre que nos vemos tiene ese semblante tan triste, es como un alma en pena, y su esposa una frívola que sólo piensa en fiestas y en viajar o eso dice mi madre.
Lo cierto es que le tengo bastante cariño, sé que estuvieron un tiempo viviendo en Andalucía, pero no sé que negocios hicieron que se trasladasen a vivir a Barcelona, creo que mi tío nunca se recuperó del traslado, dice que añoraba la paz y la tranquilidad del campo.
Los días transcurrían lentos con el calor sofocante del verano y una tarde en la que el médico aconsejó que Candela ya podía empezar a salir a la calle cuando refrescara la tía Vicenta decidió que sería buena idea dar una paseo por el Retiro y sentarse cerca del lago a tomar una limonada, además Sole las acompañaría por si  Candela se sintiese indispuesta y hubiese que avisar de nuevo al médico, así lo hicieron y pasaron una tarde agradable hasta que a Vicenta con una copita de anisete que se tomó se le soltó la lengua y pronto empezó a decir que lo de su cuñado Julio había sido una pena, tan apuesto y tan galante¿como había podido jugarse su posición por una simple criada, y encima la indecencia de dejarla preñada?
Menos mal que todo se pudo solapar cuando lo hicieron comprometerse con doña Florita, una solterona con caudales pero seca como la hierba en verano, por eso estuvo dispuesta a aguantar las habladurías de la gente del pueblo y cuando la niña creció y la situación se hizo insoportable porque se parecía mucho a su padre, decidió que lo mejor era marcharse a Barcelona, y en pocos meses lo dispusieron todo para que así fuera.
Cuando Candela empezó a preguntarle a su tía por esa niña, Vicenta calló, pues en ese mismo instante se dio cuenta de lo imprudente que había sido y de los problemas en los que se metería si su cuñada Asunción llegara a enterarse de esa conversación.
Se marcharon con rapidez del parque y no volvieron a hablar en todo el trayecto hasta la casa, pero ya había sembrado la duda en Candela, y ésta estaba dispuesta averiguar todo lo que pudiera sobre esa niña.
El verano llegó a su fin y la familia al completo regresó de su descanso estival, en la casa reinaba un caos de maletas, baúles y todo debía de ser lavado y planchado con mimo antes de guardarse, así que el trabajo mantuvo ocupada todo el día a Sole que sólo descansó un momento a la hora de la comida.
Después de varios días ajetreados mientras tomaba una achicoria en la cocina con Adela, le preguntó a esta:
-¿Puedo hacerle una pregunta Adela?
-Claro niña dime.
-¿Usted conoce al hermano de la señora Asunción, don Julio?
¿y eso porque debe interesarle Sole?
- No por nada solo que oí una conversación sobre él y que tenía una hija pero no con su esposa y me llamó la atención.
-Deja de meterte en cosas que no te interesan niña y sobre todo cuídate bien de que no llegue esto que me has contado a oídos de la señora sino pronto te verás de patitas en la calle, ¿es eso lo que quieres?
-No claro que no, perdone la indiscreción doña Adela no volverá a repetirse.
Llegó el otoño y una tarde que Luisa tenía libre y Sole hacía sus labores, llamaron a la puerta, salió solícita a abrir y cuando lo hizo se encontró con un apuesto caballero con las sienes plateadas, y unos ojos del mismo color que los suyos de un gris penetrante y cristalino.
Perdone¿ que deseaba?
El hombre se quedó sin aliento cuando la miró, pero pronto reaccionó y preguntó por la señora de la casa, le preguntó que de parte de quien y el le respondió que era su hermano Julio, entonces ella sorprendida lo acompañó al salón.
Cerró las puertas y se dirigió de nuevo a la cocina, pero aún estando allí pudo oir las voces mientras discutían y el le recriminaba a su hermana :
-¿cómo has sido capaz, sabes que es mi hija y la tratas como a una criada?
Eso es lo que es una vulgar chiquilla sin modales y sin vergüenza como la ramera de su madre, ¿ es que ya se te ha olvidado todo lo que hice por ti?
Por salvar a esta familia de la deshonra donde tu la habías llevado con tus locuras.
Además lo hice por hacerle un favor al padre Damián, o ¿crees que yo acogería de buena gana a esa hija del pecado?
Ha sido un acto de caridad cristiana, pero no te preocupes hoy mismo la echaré a la calle si es eso  lo que quieres.
Don Julio salió furioso del salón y llamó a voces a Sole.
Chica recoge tus cosas, nos vamos de esta casa para siempre, pero señor, yo no puedo irme así, necesito el dinero para mandarlo a mi casa mi madre está enferma y mi hermana es muy pequeña para trabajar.
No te preocupes yo me ocuparé de todo, mientras tanto doña Asunción con un ataque de nervios, solo lograba balbucear:
Si hija del demonio, vete de mi casa, una casa honrada donde nunca debería haber venido.
Maldita seas tú y la malnacida de tu madre.
Sole con lágrimas en los ojos cogió sus cosas y sin entender nada salió detrás de Don Julio sin saber el futuro que se cernía sobre ella y su familia.
El la acompañó hasta su casa en Málaga y no le dirigió la palabra en todo el camino, cuando llegaron su madre María los estaba esperando.
La abrazó, la tranquilizó y le pidió que entrara dentro, ella tenía que hablar con don Julio.
Lo que hablaron no lo llegó a saber nunca, su madre no se lo contó y no volvió a ver a Don Julio, pero las cosas se arreglaron en su casa, cada mes, llegaba un sobre con dinero que les permitía vivir e incluso asistir a la escuela, así fue como consiguió sacarse el título de maestra.
Y mucho después de la muerte de su madre, una tarde en la que se encontraba repasando unos examenes de sus alumnos encontró una carta que alguién había colado por debajo de la puerta. Miró la dirección sorprendida y la abrió, en ella un abogado de un prestigioso bufete de Barcelona, la citaba para el día viente de septiembre para leer un testamento del señor Don Julio Azcarate Molist, al principio pensó que era un error, pero cuando llamó por teléfono al despacho le confirmaron la información.
Aquel día amaneció con un sol brillante en Barcelona, Sole había llegado el día anterior y se había instalado en una pensión de las Ramblas, limpia y barata.
Se marchó dando un paseo y llegó a la hora prevista al despacho de Abogados, allí la hicieron pasar a un despacho donde la esperaba el señor Notario.
Cuando entró este la saludó muy amablemente y le refirió que iba a proceder a la lectura del testamento ya que no había más beneficiarios.
Así ante la sorpresa inicial pudo oír las palabras de su padre reflejadas en ese papel, en el que le pedía perdón por su cobardía cuando estuvo vivo por no haberse hecho cargo de ella ni haberse portado nunca como un verdadero padre.
En el testamento la reconocía como hija ilegítima y le concedía sus apellidos así como la hacía heredera de todas las propiedades que poseía y del dinero que guardaba en un banco de la capital.
Salió de allí con paso lento, aún no podía creerse lo que acababa de pasar de pronto tenía unos apellidos, una fortuna, podría dedicarse a lo que quisiera, viajaría le daría una vida mejor a su hermana, pero entonces las lágrimas recorrieron su rostro, unas lágrimas amargas al recordar el amor y la pena que siempre acompañaron a su madre, y se dio cuenta que ni todo el oro del mundo ni todos los apellidos ilustres juntos valían nada ante el amor incondicional de su madre y el sufrimiento que ese hombre que ahora se llamaba su padre le había hecho pasar.


                                       

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