jueves, 8 de mayo de 2014

El amor rige nuestra vida.

Cerró los ojos y dejó que el sol le acariciara el rostro, se dejo invadir por una sensación de bienestar que le recordó la calidez de sus manos al acariciarla, el olor a hoguera de la noche que lo conoció y también el ambiente festivo y despreocupado de aquel instante, lo vio y supo al instante que formaría parte de su futuro aunque el aún no lo supiese.
Era tímido, algo retraído y eso fue una de las cosas que la conquistaron, no pretendía ser quien no era, su sencillez y su inocencia le hacían ser una persona especial.
Le costó Dios y ayuda que él se decidiera a salir con ella.
Una noche cuando mediaba mayo y el calor se notaba en el ambiente, el se decidió a hablarle de sus sentimientos y ella le respondió con un beso, se marcharon de la mano con el corazón henchido de felicidad y se perdieron por las callejuelas del casco antiguo hasta llegar a su casa.
Todo entre ellos fluyó desde el principio, era como si se conociesen desde siempre, ella aprendió a ver la vida con los ojos limpios de él, era un hombre bueno en el sentido más amplio de la palabra y ella absorbió su bondad, su forma de ver la realidad siempre por el lado amable.
Recordaba con emoción la primera vez que se desnudaron uno frente al otro porque no desnudaron sólo su cuerpo sino también su alma, fue una exposición absoluta de entrega sin medida, aprendieron juntos a amarse, a disfrutar del sexo, de caricias prohibidas, a experimentar con sus cuerpos hasta formar uno sólo.
Caían rendidos y exhaustos después de hacer el amor sin descanso, dormían abrazados y cuando despertaban, despertaban hambrientos de más, de más amor de más entrega, parecían querer beberse la vida a grandes sorbos como si el tiempo se les fuese a escapar de las manos.
La relación entre ellos se fue afianzando y la complicidad también, el la hacía reír, disfrutaban juntos de la compañía mutua y planearon una vida en común.
Se casaron y tuvieron hijos, no todo fue idílico, no todo fue perfecto pero si algo tenía claro es que no cambiaría ni un sólo día de los que había vivido con él, ni un sólo instante, ni de alegrías ni de penas.
Pero a veces el destino nos pone aprueba y decide por nosotros, la vida que para ella era idílica, para el se volvió rutinaria, los problemas, el trabajo, el dinero, todo fue haciendo que la pasión que sentía por ella se fuera enfriando, fue por aquella época en la que su vida no pasaba por un buen momento cuando conoció a Sonia, era una chica de su trabajo, veinte años más joven, y con un hijo pequeño.
La primera vez que se acostaron los remordimientos lo atormentaron durante semanas, pero ella consiguió devolverle la ilusión, el sexo era fantástico parecía que había rejuvenecido, sin duda ella era todo lo que un hombre podía desear, o casi todo.
Mientras, ella notaba el silencio que se había establecido en su relación, llegó a sentirlo tan lejos, que no sabía que era peor, que no estuviese o tenerlo a su lado sólo físicamente porque su mente estaba a miles de kilómetros de ella.
Intentó hablar con él, pero se cerró en banda, su contestación era siempre la misma, no le pasaba nada, todo eran imaginaciones suyas, es como si estuviese volviéndose loca.
Pasaron los meses y una noche con el corazón encogido por el dolor, ella se sentó a esperarlo y cuando llegó, le dijo:
- Tenemos que hablar, se acabaron las medias tintas, esto no funciona y tu lo sabes.
¿No crees que me merezco saber la verdad?, aunque solo sea por el tiempo que llevamos juntos.
El abatido se sentó y con las manos sobre la cara lloró amargamente.
Para ella fue suficiente, ya no había nada más que preguntar, esas lágrimas de culpa se lo confirmaban todo, el ya no la quería, se le había agotado el amor y ella no había querido verlo, pero ahora que se daba de bruces con la realidad, lo cierto es que incomprensiblemente sentía una especie de alivio, alivio de que todo hubiera terminado, las mentiras, los disimulos, las excusas........
Esperó que él se serenase y le deseó que fuese feliz, que volviera a ser la persona maravillosa que ella había conocido y que sobre todo no perdieran la amistad que habían construido durante tanto tiempo, al fin y al cabo el era quien más la conocía y eso no quería perderlo.
Le explicó quien era ella y que le hacía sentir muy bien, que volvía a tener ilusión y que no tenía nada que ver con ella, era él el que había cambiado, y que sobre todo deseaba que siguieran llevándose bien sobre todo por los chicos, que aunque ya eran mayores, todavía los necesitaban a los dos.
Al final de la semana el se marchó de casa, sin aspavientos, sin tragedias, antes ya se lo habían dicho a sus hijos, y aunque el disgusto fue grande entendieron que si una cosa no podía ser, no podía forzarse.
A partir de ese momento, ella se dedicó a disfrutar de unos días de soledad, de relax, de disfrutar de sus aficiones, pero pasado ese tiempo, supo que tenía que reinventarse, no podía convertirse en una mujer alejada del mundo, era joven y no pensaba enterrarse en vida.
Llamó a sus amigas, empezó a salir y a descubrir un mundo que con su marido no había vivido, viajó y conoció a mucha gente y muchas culturas diferentes, y en uno de esos viajes, cuando viajaba por Escocia, conoció a Andret, era el típico escocés rudo que regentaba una taberna y casas de comidas en un precioso pueblo llamado Crail, y desde que se conocieron la chispa saltó entre ellos, ella chapurreaba el ingles y él algo de español, y no necesitaron más para darse cuenta de que estaban hechos el uno para el otro.
Tanto fue así que ya no volvieron a separarse, aquella noche se acostaron juntos, e hicieron el amor como si fuesen dos adolescentes y desde ese momento ella abandonó el viaje y se instaló a vivir con él, de eso hacía ya quince años y aún seguían durmiendo abrazados, y seguían besándose al amanecer cuando despertaban, la vida le había dado dos historias de amor maravillosas y no estaba dispuesta a desperdiciarlas, porque eso de que existen segundas oportunidades pudo comprobar en su propia piel que era cierto.

                       


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