jueves, 15 de mayo de 2014

Ignorando la realidad

Cerró los ojos para no ver y se tapó los oídos para no escuchar, las voces y los insultos que su padre le dirigía a su madre eran crueles y mezquinos, ella que nunca gritaba que nunca protestaba por nada, volvía a ser el centro de la violencia que destilaba ese que se hacía llamar su padre, Ramón, un prestigioso y exitoso director de banco que fuera de su hogar era admirado y respetado tanto por sus compañeros como por sus clientes y amigos y que dentro de su hogar se convertía en el ser más monstruoso de la tierra.
Una y otra vez volvía a preguntarse como su madre lograba aguantarlo, ¿cómo había aprendido a vivir una mentira, silenciando sus miedos, disimulando sus moratones de cara a la gente?
Mónica vivía sumida entre el amor incondicional que le profesaba a su madre, ese ser maravilloso que siempre estuvo a su lado, cuando estaba enferma, cuando tenía que estudiar, cuando los problemas con los chicos empezaron a aflorar y el odio visceral que cada día se hacía más grande hacia su progenitor, aquel hombre para ella extraño, del que nunca había recibido nada, ni un beso, ni una palabra, solo la indiferencia más absoluta.
Había aprendido a vivir sin hacer ruido, a no hablar alto a no escuchar música a no hacer nada que pudiera molestarlo, y que hiciera que su madre se viera abocada a una nueva paliza a un mar de insultos que resonaban en su cabeza martilleándola una y otra vez.
Cuando empezó a tener conciencia de lo que sucedía en su casa y de que eso no era normal en el resto de familias, su mente vagaba una y otra vez por un mundo diferente, un mundo en el que sólo estuvieran ella y su madre, un mundo de risas y caricias,  un mundo sin miedos. A veces se sentía culpable pero más de una vez había deseado que su padre muriese, lo veía allí en su butaca favorita, dándole un infarto, mendigando su ayuda y ella mirándolo impasible y con una triste sonrisa dibujada en su boca, mientras todo terminaba y la calma por fin se instalaba en su hogar.
Pero aquello no sucedió y un día harta de la situación decidió hablar con su madre:
- Mamá ven siéntate a mi lado necesito hablarte de una cosa.
Rosa se sentó junto a su hija y cuando esta la cogió de las manos supo que iba a perderla para siempre.
-Mamá esto no puede seguir así, aún eres joven puedes rehacer tu vida y ser feliz lejos de él, sólo tienes que dar el paso, vayámonos, organicemoslo todo para marcharnos, cuando vuelva se encontrará la casa vacía y nosotras estaremos viajando hacia un lugar seguro lejos de él, antes lo denunciaremos ante la policía para que no pueda buscarnos, no tengas miedo yo estaré contigo.
Rosa la miró con los ojos perdidos, con unos ojos sin esperanza que miraban la vida sin verla, y le dijo:
- Vete tú cariño, tu tienes tiempo de ser feliz a mí ya no me queda nada, además si tu te vas no te buscará, nunca le interesaste porque no fuiste un chico y si yo me voy contigo nunca estaremos tranquilas porque el no parará hasta encontrarnos y entonces sí que me matará.
Mónica intentó convencer a su madre una y otra vez, pero siempre encontró un no por respuesta, no podía hacerla salir de la desidia en que se había convertido su vida, y muy a su pesar cuando encontró un trabajo, se marchó al piso de unas amigas a vivir y decidió darse una oportunidad.
Los días fueron transcurriendo, y antes de darse cuenta se empezaron a suceder los meses, ella llamaba a menudo a su madre y está siempre le contaba que estaba bien, que su padre estaba más calmado que no se preocupase, pero una mañana gris del mes de diciembre mientras se arreglaba para irse a trabajar recibió una llamada, cuando oyó a través del teléfono que su interlocutor era la policía, el mundo se le derrumbó, cayó de rodillas llorando y en ese momento su compañera de piso cogió el auricular y escuchó la triste noticia, el padre de Mónica había matado a Rosa y después había intentado suicidarse sin conseguirlo.
Ana recogió a su amiga del suelo, la abrazó y la acunó hasta que se hubo calmado un poco y después se fueron al hospital donde habían llevado a su madre, sólo la dejaron verla un segundo, pero fue el segundo más largo de la vida de Mónica, jamás pensó que su corazón pudiera albergar tanto dolor, tanta mezcla de rabia e impotencia, por desgracia su madre se había convertido en un número más de las estadísticas sobre muertes de mujeres maltratadas, ¿Cómo podía haber ocurrido, cómo no consiguió sacarla de ese infierno?
Maldijo a su padre una y mil veces y cuando salió a la calle se dio cuenta que para ella el sol había perdido brillo, y un frío glaciar le recorrió el alma, ahora sí, ahora si que estaba sola.
El invierno fue pasando y dio paso a una primavera maravillosa, en una de esas tardes mientras corría por un parque cercano a su piso, conoció a Jorge, era empresario, tenía varios locales de copas, y desde el principio congeniaron, ella le fue abriendo su corazón poco a poco con toda la cautela del mundo pues lo que menos deseaba era equivocarse, pero lo cierto es que Jorge parecía un ser de otro planeta, era atento, divertido, siempre pendiente de ella, amable, cariñoso, a veces le daba miedo que fuera tan perfecto.
Pero su relación se fue afianzando y a los nueve meses de haberse conocido decidieron dar el paso de irse a vivir juntos. Al principio todo resultó idílico, no había nada mejor que despertar al lado de Jorge, Mónica no podía creerse la suerte que había tenido, era un hombre progresista, colaborador, romántico, vamos una joyita como diría su amiga Ana, alguien a quien no podía dejar escapar.
Aunque también era cierto que Jorge acostumbrado a vivir sólo durante tanto tiempo, tenía treinta años y no había convivido con nadie, era un poco maniático del orden, todo tenía que estar en su lugar, Mónica solía bromear a cerca de eso y le decía en más de una ocasión que parecía que en vez de cabeza tenía un metro, porque todo tenía que estar colocado al milímetro exacto sino se cabreaba.
Pero salvo por esa costumbre todo entre ellos iba como la seda.
Una noche después de salir del trabajo, se arreglaron para ir a una fiesta que daba un compañero de la oficina, estuvieron hasta tarde, bailaron, rieron y bebieron algunas copas y ya entrada la madrugada decidieron volver a casa.
Mónica estaba rendida y mientras Jorge entró al baño ella se quedó dormida vestida encima de la cama, se despertó bruscamente cuando la zarandearon, era Jorge:
-¿No pensarás dormir vestida verdad?
No empieces cariño, estoy cansada mañana me ducharé antes de irme a trabajar, ahora apaga la luz por favor.
Pero bueno tu eres imbécil o ¿qué te pasa? ¿De verdad crees que voy a dejarte dormir en mi cama, en mis sábanas limpias con el olor que desprende tu ropa a tabaco y a sudor? ¿Estás loca?
Vamos quítate esa ropa y métete en la ducha.
Mónica se levantó de la cama como una autómata, no podía creer lo que acababa de oír, se metió en el baño y mientras se duchaba las lágrimas empezaron a recorrer sus mejillas, en ese momento se dio cuenta de que acababa de oír a su padre, era la misma voz de mando, la misma exigencia, la misma falta de tacto, y ante ese pensamiento se horrorizó.
Salio de la ducha y cuando se metió en la cama Jorge dormía plácidamente, lo miró y no lo reconoció, no reconoció al hombre del que se había enamorado, cerró los ojos e intentó dormir pero cuando él se levantó para marcharse a trabajar aún no lo había conseguido.
De todas formas decidió hacerse la dormida ya que se había pasado la noche repasando los hechos, quizás hubiera exagerado y no había sido para tanto pero cuando oyó la puerta se levantó de un salto, se vistió y se puso a recoger todas sus cosas, metió en una maleta su ropa y en una nota le dejó escrito un escueto:
- Adiós no me busques.
Las semanas siguientes él la acosó incansable quería pedirle perdón , le juró que ya no volvería a pasar, que quizás las copas que se había tomado de más le habían hecho decir lo que dijo, pero que en realidad la quería, que no podía vivir sin ella, a medida que ella lo rechazaba una y otra vez, empezó a ser más brusco, la llamaba de madrugada, y al final volvió a insultarla e incluso a amenazarla.
En ese instante ella no dudó e hizo lo que tenía que hacer, se acercó a la comisaría más cercana y lo denunció, desde entonces le había perdido la pista y su vida había vuelto a transcurrir tranquila y apacible, ahora sentada en un banco del parque miraba los árboles y por un instante miró al cielo y en un susurro dijo:
Gracias mamá, te quiero.

 

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