jueves, 6 de marzo de 2014

El joven aprendíz

La noche olía azahar y hierbabuena, las estrechas callejuelas del pueblo estaban empedradas con cantos rodados de río, desprendían un aroma antiguo de leyendas de enamorados, de cruce de culturas de mezcla de religiones: musulmana, cristiana, judía....
Parecía oírse a lo lejos el murmullo de los comerciantes que vendían sus mercancías y sus vidas a quienes quisieran prestarles atención. Se mezclaba con las coloridas ropas de las mujeres que comerciaban con su cuerpo por unas monedas, con el ruido incesante de un martillo en la herrería, con el crepitar del fuego, con el olor a alcohol en las tabernas donde los miembros de los gremios, bebían sus penas y celebraban sus glorias.
En ese mundo vivía Fernando, un aprendiz de herrero, cuya madre lo abandonó cuando nació en el Convento de San Bruno, criado desde pequeño por los monjes, decidió que su vocación no era la de servir a Dios, y el hermano Damián conocedor de sus deseos, pronto le buscó un oficio en el que se pudiera ganar la vida honradamente, aunque gracias a su infancia podría aspirar a mucho más, ya que entre maitines y cánticos también había aprendido a leer y a escribir, así como a resolver problemas matemáticos.
El tiempo pasaba lentamente en la herrería, todos los días lo mismo, pero un día se presentó en la herrería un caballero cristiano, algo inusual ya que siempre mandaban a sus sirvientes, pero este caballero, de gran porte, preguntó por el maestro herrero ya que le urgía hablar con él, su caballo, al que amaba casi más que a su esposa había perdido una herradura y necesitaba ser herrado de inmediato para seguir  camino hacia sus tierras.
Pedro ordenó al joven Fernando que atendiera al caballero, Don Alfonso de Benalúa, y éste se esmeró todo lo que pudo en herrar al hermoso caballo, tanto fue así que Don Alfonso satisfecho le comentó que si quería un trabajo en sus cuadras cuidando a los animales, necesitaba a alguien de confianza pues su encargado de las caballerizas era ya muy mayor.
Alonso no se lo pensó mucho pues nada lo ataba allí, y después de despedirse del herrero, hizo lo mismo con el padre Damián y se dispuso a seguir a don Alfonso hasta sus tierras.
Después de varios días de viaje, por fin llegaron al Castillo de Benalúa, una fortificación que dejó impresionado a nuestro joven amigo.
Era una edificación  de mampostería, con un patio de armas central, edificios perimetrales, las caballerizas, las distintas estancias del castillo y entre ellas diversas torres y la Torre del Homenaje con dos alturas y dos habitaciones.
Cuando conoció a los siervos de las caballerizas, pronto inició amistad  con Julián un joven de su edad que era uno de los recién llegados como él y se ocupaba de la limpieza de las cuadras y que no le faltase comida y agua a los caballos. Pero su diligencia y sabiduría hizo que sólo estuviese en las caballerizas unos meses, para más tarde pasar a la escribanía del castillo por su buen hacer con las letras y los números.
Trabajando en estos menesteres conoció un día a una preciosa joven de pelo dorado, nariz respingona y graciosas pecas, se llamaba Lucía, y era una de las damas de compañía de la señora del Castillo, doña Elvira de Moleón.
Lucía era graciosa y vivaracha además de discreta, se dedicaba a tocar el laúd, bordar y comentar con sus señora y el resto de damiselas sobre la vida en el castillo, pero además era resuelta, inteligente y culta algo no muy común en esa época.
El maestre de armas, acogió bajo su tutela a Fernando y lo instruyó en el arte de la guerra como así se lo había pedido su señor Alfonso, pues había visto en él cualidades para ser un gran escudero en las batallas que estaban por librarse como la que ocurriría contra el Conde de Albox, por un problema de tierras.
Los días transcurrían entre su instrucción , sus paseos y encuentros furtivos con Lucia, con la que cada vez se encontraba más cómodo. Era fantástico oírla hablar, y sobre todo reír, el tiempo se pasaba volando.
Llegó el mes de abril, y todo estaba preparado para la gran batalla que librarían contra su enemigo el Conde de Albox, dentro de una semana partirían para sitiar su castillo.
Una de esas noches, mientras aspiraba el olor  a tomillo y romero , sentado en el suelo al lado de una de las fuentes, Lucía se deslizó lentamente hasta sentarse a su lado. Fernando se sorprendió porque a esa hora nunca se habían visto, ella solía estar ya en sus aposentos, y le preguntó:
¿Lucía, que haces aquí a estas horas, te pasa algo?
Lucía apoyó sus dedos en los labios de Fernando y le susurró que guardase silencio.
Lo cogió de la mano y levantándose, tiró de él por el oscuro pasadizo que daba a su alcoba, entraron rápidamente y una vez dentro Lucía se acercó a Fernando y él la besó apasionadamente. Ella notaba nerviosa su boca en la de él y como su cuerpo se tensaba de placer al sentir el cuerpo de Fernando pegado al suyo, mientras la besaba y acariciaba dulcemente.
En un momento, Fernando se separó de ella y le preguntó: ¿Estás segura Lucía?
sabes que yo te amo, pero partiré pronto y no sé si volveré con vida.
Lucía lo miró a los ojos y le dijo: lo sé Fernando, por eso quiero que esta noche sea única e inolvidable para los dos, entonces él la cogió en sus brazos y la dejó suavemente en la cama, entre besos y caricias, la desnudó y se quedó un rato contemplándola, después se desnudó él y empezó a recorrer el cuerpo de su amada con los labios, ella perdió la noción del tiempo y disfrutó de cada momento como si fuera el último...................




No hay comentarios:

Publicar un comentario