lunes, 3 de marzo de 2014

Aparentemente perfecta.

Le miró con esos inmensos ojos azules como el mar, implorándole un poco de amor, un poco de consuelo, y él egoísta, no fue capaz de entenderla. Sólo pensó en su dolor, en su desconsuelo por haber perdido la alegría de vivir, por haber perdido su norte, su mundo inventado.
Ella lloraba en silencio, las lágrimas recorrían su rostro en un camino sin fin, y él la miraba impasible como si no la conociera, como si no conociese a esa mujer a la que había amado hasta la locura, a aquel cuerpo que había  recorrido mil veces en los últimos años. Se volvió insensible a su pena,  y la rabia que había contenido durante tantos meses se desbordó ahora en segundos, arrasando todo lo que encontraba a su paso.
Ella volvió a pedirle perdón una y otra vez, incapaz de expresar como había sucedido, como había podido dejar que algo así le ocurriese, precisamente a ella, a ella que presumía de su relación, de su amor, de su pasión sin límites. ¿Cómo se había dejado embaucar por alguien tan ruin? alguien que después de seducirla, cuando ella decidió abandonarlo, se dedicó a llamar continuamente a su casa, a mandarle email comprometidos, cartas y misivas secretas, junto con ramos de flores y anónimos, hasta que todo llegó a oídos de Carlos y no tuvo más remedio que explicárselo todo. Y entonces todo se derrumbó, toda su seguridad, todo su mundo perfecto se vino abajo, fue cuando se dio cuenta de que no todo era tan sólido en su relación, que su cuento de hadas tenía fisuras, y por ahí empezó a entrar el agua de la indiferencia, de la intolerancia, de la monotonía, el agua que hoy por hoy luchaba por ahogar una vida hasta ahora aparentemente perfecta.


                                   

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