miércoles, 12 de marzo de 2014

Quien te quiere te quiere libre.

Lágrimas contenidas, recuerdos olvidados en un rincón de mi memoria, en eso se ha convertido mi vida, en un mirar hacia delante sin detenerse, sin pensar en el ayer, viviendo con prisa, haciendo mil cosas a la vez para no pensar, para no volver a vivir mi vida anterior, una vida que no era vida que era una subsistencia atroz, un sobrevivir diario a la barbarie a la que me vi sometida por el que entonces era mi marido.
Me casé muy joven, tenía veinte años y estaba locamente enamorada de Manuel, de su vitalidad, de su chulería, de que me quisiera sólo para él, de sus celos incontrolados que yo justificaba siempre.
Todo empezó poco a poco, me amaba me lo decía siempre, no podría vivir sin mí se moriría si lo dejaba. Fue alejándome poco a poco de mi entorno, le molestaba que hablara con chicos, que saliera con mis amigas, ¿que iba hacer sin él?, no podía entender que me lo pasara bien con otra gente. Me prohibió ver a mi madre, pues decía que era muy liberal, que se había divorciado de mi padre porque no había sabido entender a su hombre, que solo ella era la culpable del divorcio que entendía que mi padre no la aguantase.
Mi madre ya me puso sobre aviso, me lo dijo bien clarito, Clara ese hombre no te conviene, quien te quiere, te quiere libre, no eres su posesión, te está anulando, pero no hay más ciego que el que no quiere ver y tú no quieres.
Recuerdo como si fuera ayer, la primera vez que me pegó, había cocinado arroz, y como él tardó en llegar cuando nos sentamos a comer le recriminé que no estuviera bueno, que se había pasado. Sin mediar palabra se levantó como un loco, y gritándome tiró el plato al suelo, me cogió del pelo, y tras pegarme un puñetazo que me dejó sin respiración, me hizo recoger los trozos mientras me decía que era una inútil, que no servía para nada, que cada día me parecía más a mi madre, pero que ya se encargaría él de ayudarme a cambiar.
Yo me encerré en mi habitación y me puse a llorar desconsoladamente no entendía que había pasado, entonces él empezó a llamar a la puerta y a pedirme perdón,  a decirme que lo sentía que nunca más volvería a pasar, que no sabía porqué había actuado así, que me quería, que me quería más que a nadie en el mundo.
No pensaba abrir la puerta, pero su llanto ahogado, me ablandó el corazón y le abrí. Cuando entró se arrodilló ante mí, me pidió otra vez perdón, me dijo que no me preocupara que el me curaría. Aquella noche dormimos abrazados y al día siguiente apareció con un ramo de flores maravilloso.
Pensé entonces que había tenido un mal día que no se volvería a repetir lo ocurrido, que me quería, que era el Manuel de siempre, pero la calma duró poco, a las dos semanas volvió a pegarme, pero esta vez fue mucho más grave, me rompió un brazo y cuando fuimos al hospital tuve que mentir diciendo que me había caído. Pronto los insultos y los golpes se convirtieron en mis compañeros de viaje, no había día en que no recibiera uno u otro o los dos.
Dejé de salir, de arreglarme, y eso aún le enfurecía más, y en una de esas noches en las que me obligó a mantener sexo con él, me quedé embarazada.
Cuando lo supe me quise morir, pero uno no muere cuando quiere, luego pensé que si se lo decía a lo mejor recapacitaba y volvía a ser el hombre que me había enamorado.
Cuando se lo dije, pareció encantado, por fin algo suyo de verdad, pero después de la novedad volvió a las andadas.
El día que ya embarazada de dos meses me dio un empujón y una bofetada, juré que sería la última, que mi hijo no viviría eso.
A la mañana siguiente cuando se fue a trabajar, cogí dinero, algo de ropa y me fui al aeropuerto a coger un avión.
Por la tarde estaba en Canarias, en casa de una prima que me acogió cuando le conté mi problema.
Lo denuncié y me costó muchos años dejar de mirar atrás, de vigilar que nadie me siguiera, estaba convencida de que vendría a por mí y a por mi hija, pero cuando se enteró que había tenido una niña, se desentendió por completo de ambas. Al tiempo me enteré que había encontrado a otra pobre ilusa y que estaba viviendo con ella.
Yo por mi parte tardé en recuperar mi autoestima, mi alegría de vivir, pero el tiempo si no lo cura todo, por lo menos lo calma, eso y el que apareciera en mi vida un hombre con mayúsculas, que me amaba, respetaba y mimaba  hizo que rehiciera mi vida y formara una familia maravillosa lejos de la pesadilla que un ser sin escrúpulos me hizo vivir.




                                                       

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