miércoles, 2 de abril de 2014

Pasión en la Corte.

Gabrielle de Polastron, miraba su  reflejo en el río, el calor del verano sólo se calmaba con un chapuzón en  sus  tranquilas aguas así que sin pensarlo mucho, se despojó de la ropa y se  metió  lentamente en el agua, sintiendo como el frescor se instalaba en todo su cuerpo  conforme la corriente lo iba acariciando con su contacto.
Su cuerpo había cambiado con la  maternidad, sus formas se habían redondeado, sus senos eran más grandes y  sus caderas más anchas, y eso hacía que la sensualidad se escapase por todos  los poros de su piel, era hermosa y lo sabía.

Aquel era un día importante para su futuro, iba a conocer a la Reina, su cuñada Diana de Polignac la llamó para que fuese a palacio con su esposo.
Cuando llegaron a Versalles, en  el mismo instante en que la Reina Maria Antonieta la vio, sintió una atracción  inexplicable hacia su persona. Lo cierto es que Gabrielle era una joven de veintiséis años muy hermosa, con cabellos negros, unos ojos de un azul intenso, elegante, graciosa y  divertida que encandiló a la reina, poco amante de los encuentros sexuales, que los recibía por obligación y con desgana y  enamorada de la sensualidad  y de todo lo  bello, joyas vestidos etc, algo que compartiría con su recién estrenada amiga a lo  largo de casi catorce años.

El tiempo pasaba y en los  sucesivos encuentros, Gabrielle se encargó de poner a la reina a su favor, le habló de que no había podido acudir antes a la Corte por sus penurias económicas, su estatus había venido a menos, a lo que la reina puso remedio de inmediato, donándole grandes sumas de dinero y otorgándole a su esposo y gran número de familiares, cargos con altas remuneraciones en la Corte.
A ella le concedió el título de Duquesa de Polignac, al que sumo al que ya tenía de  Condesa, sus encantos y avaricia le hicieron ver a Maria Antonieta que su amistad tenía un precio y la díscola reina no dudo en pagarlo, con ella descubrió las alegrías del amor carnal, y la pasión desenfrenada unida a la lujuria y a todo lo excesivo relacionado con la belleza y la sensualidad, sin importarle nada más.
Era tal el enamoramiento que tuvo de su amiga Gabrielle, que incluso llegó a decirle en varias cartas que la amaba, que no podría vivir sin ella.
Sabedora del poder que ejercía sobre la reina, la Condesa de Polignac se ocupó de ser su favorita y de obtener todos los favores que consideró oportunos, ante una reina desvalida y caprichosa a la que enseñó el disfrute de una pasión desenfrenada, ante el malestar de los cortesanos, por lo privilegios concedidos y por las libertades que la soberana se tomaba, llegando a perder los papeles y la compostura ante la Corte y sus súbditos, cada vez más cansados de verla despilfarrar en fiestas, ropas y joyas.
Consiguió engañar al propio Luis XVI que llegó a fomentar esta amistad, ya que según él resultaba tranquilizadora para el ánimo de la reina.
Se aprovechó hasta el final de la fascinación que la reina sentía por ella, obligándola a hacer cosas impropias de una reina, la adicción al opio de la condesa supuso el desenfreno y la excentricidad extrema así como la divulgación de los secretos sexuales que ambas compartían, llegando a oídos del pueblo, totalmente desencantado con su soberana y su favorita. El profundo amor que sentía Maria Antonieta por su favorita, le hizo que desoyera los consejos de quienes la querían bien y consiguieron simplemente quedar relegados del círculo más próximo a la soberana.
A finales de 1780, miles de enemigos, y panfletos pornográficos proclamaron que Gabrielle era la amante lesbiana de la reina, y esto hizo mucho daño en el prestigio de la monarquía, y la condesa se vio profundamente afectada, por lo que fue dejando  de lado su amistad con la reina.
Se decía que en los últimos años de reinado solo se hablaban en público, pero lo cierto es que Maria Antonieta se ocupó de su amiga hasta el final, ayudándola a ella y a su familia a salir de Francia.
Mas tarde, ella misma le escribiría cartas confesándole su amor , cartas que la Condesa no contestó nunca, muriendo en la más absoluta soledad.
La astucia de Gabrielle le hizo librarse de la guillotina al haber escapado de la Revolución, pero no consiguió engañar a la muerte ya que falleció en Austria con sólo cuarenta y cuatro años cincuenta días después de que muriera su "amada" reina.
Demostrando la historia una vez mas,  que ciertos amores resultan nocivos.

                                


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