Me faltan diez días para casarme,
se supone que será uno de los momentos más felices de mi vida, y tú no estarás.
Aquí estoy un caluroso día de septiembre, sentada en tu cama del
hospital, cogiéndote la mano, unas manos trabajadas, con dedos largos y finos,
unas manos que muchas veces me han abrazado, y las miro con tristeza al notar
que ya han perdido su fuerza, que están inmóviles entre las mías, mientras
intento insuflarte un poco de vida, un poco más, aunque sé que no es eso lo que
tú querrías en este momento, sé por lo que te conozco, que sólo quieres
descansar, acabar con está agonía que te tiene atado a una vida que ya no es
vida, que ya no disfrutas, que ya no
sientes. Pero soy egoísta, quiero tiempo, tiempo que ya no tienes, para
disfrutar más de tu sabiduría, de tus apasionantes historias, de tu fortaleza,
de tus consejos, de tu experiencia y sobre todo tiempo para tus respuestas,
para que contestes todas las preguntas que se me quedaron en el tintero.
Estamos todos y creo que lo notas,
que lo sabes, a pesar de los problemas nos tienes a todos a tu lado, pensando
en el gran vacío que vas a dejar en nuestras vidas. Tu respiración se vuelve
más agitada, y después de eso el silencio, el silencio que se mezcla con el llanto sin
consuelo, de todos los que te queremos y disfrutamos de ti.
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