sábado, 15 de febrero de 2014

La despedida

Me faltan diez días para casarme, se supone que será uno de los momentos más felices de mi vida, y tú no estarás.
Aquí estoy un caluroso día  de septiembre, sentada en tu cama del hospital, cogiéndote la mano, unas manos trabajadas, con dedos largos y finos, unas manos que muchas veces me han abrazado, y las miro con tristeza al notar que ya han perdido su fuerza, que están inmóviles entre las mías, mientras intento insuflarte un poco de vida, un poco más, aunque sé que no es eso lo que tú querrías en este momento, sé por lo que te conozco, que sólo quieres descansar, acabar con está agonía que te tiene atado a una vida que ya no es vida, que ya no disfrutas, que ya  no sientes. Pero soy egoísta, quiero tiempo, tiempo que ya no tienes, para disfrutar más de tu sabiduría, de tus apasionantes historias, de tu fortaleza, de tus consejos, de tu experiencia y sobre todo tiempo para tus respuestas, para que contestes todas las preguntas que se me quedaron en el tintero.

Estamos todos y creo que lo notas, que lo sabes, a pesar de los problemas nos tienes a todos a tu lado, pensando en el gran vacío que vas a dejar en nuestras vidas. Tu respiración se vuelve más agitada, y después de eso el silencio, el silencio que se mezcla con el llanto sin consuelo, de todos los que te queremos y disfrutamos de ti.



                           

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